La banda mexicana de rock alternativo Zoé se presentó la noche del viernes 7 de septiembre del 2018, en Quito. Fotos: Diego Pallero / EL COMERCIO
Volver al origen, abrazar las raíces, reconocerse, renacer. La música de Zoé, sin duda, se permea con lo cotidiano: desde la exploración de las emociones humanas, el vértigo de lo incierto y su trato sútil con la realidad social de Latinoamérica. Quizá por eso, después de 21 años de camino musical, la banda mexicana sigue arrancando ovaciones permanentes. Con un público multitudinario y una ola de canto al unísono, Quito recibió a León Larregui, Rodrigo Guardiola, Ángel Mosqueda, Sergio Acosta y Jesús Báez en el Ágora de la Casa de la Cultura, la noche del viernes 7 de septiembre del 2018.
A Zoé le costó abrirse paso en Ecuador. Lo logró en el 2008, cuando su álbum ‘Reptilectric’ emigró a Sudamérica y las radioemisoras nacionales apostaron por un sonido no convencional y ajeno al ‘mainstream’ del pop. De ahí que sus seguidores convirtieron cada canción en un himno que se tarareaba a viva voz en la Casa de la Cultura Ecuatoriana, a la espera de los músicos.
A las 20:00, la agrupación quiteña de rock alternativo Da Pawn alistó motores para inaugurar el encuentro. Pronto, sonaron canciones como Ballenas de ruido, que logró encender a la masa capitalina. Los despidió con aplausos.
Impaciente, el público clamaba por Zoé. Y las 20:30, ingresó al escenario Rodrigo Guardiola, baterista; Ángel Mosqueda, bajista; Sergio Acosta, guitarrista y León Larregui, ‘frontman’ del conjunto.
“Estamos contentos de estar aquí, con una casa completamente llena. ¡Es un placer estar en tierras ecuatorianas!”, dijo Larregui antes de iniciar el concierto con Venus, canción inaugural de ‘Aztlán’, sexto álbum de estudio que la agrupación presentó el pasado 19 de abril del 2018 con un recital sorpresa en La Glorieta de los Insurgentes, ubicada en Ciudad de México.
Quito ingresó en un trance. La armonía lumínica potenciaba las animaciones que acompañaron a la agrupación, mientras Larregui sostenía su micrófono, cobijado con un plumaje con los colores de la bandera mexicana, como lo lleva el Dios Huitzilopochtli en la portada de ‘Aztlán’. Siguió Azul, una pieza que -según comentó Larregui en una entrevista con EL COMERCIO- se refiere a una ruptura amorosa, cuya fuente fue la experiencia de un amigo personal.
Sin descanso, Zoé continuó con No hay mal que dure, una de las canciones más divertidas del disco. De la interpretación destacó su parecido con la versión estudio, la incorporación de toques electrónicos que -aunque siempre caracterizaron a la banda- se sitúan a la vanguardia del rock moderno. La ola capitalina bailaba en sincronía siguiendo los pasos de Larregui. Acosta alistaba sus ‘riffs’, mientras terminaba el último cigarrillo de la noche.
Era momento de retroceder diez años atrás, a los Últimos días y Nada de ‘Reptilectric’. Las cantaban adolescentes, parejas adultas, incluso niños en las cabezas de sus padres movían sus manos, al disfrute de la música.
Zoé estaba rompiendo una barrera generacional cuando llegó uno de los momentos más íntimos de la noche. Eran las 21:30, cuando los gritos cesaron y Arrullo de estrellas inició. Entre el centenar de canciones que componen la obra sonora de la banda, esa canción era especial. Larregui la escribió para su madre en su etapa final de vida y logró despedirla mostrándosela.
Cerraba sus ojos cuando la cantaba y las lágrimas eran inevitables para los espectadores. La animación mostraba una galaxia y la exploraba. La banda -siempre estética, siempre hermética- rompió su coraza. Rodrigo Guardiola miraba al público extasiado, mientras tocaba sútilmente sus baquetas.
Después del desfogue emocional siguieron Poli, 10 AM y Fin de semana. ¿Será mexicana o será ecuatoriana? decía Larregui, en una corta improvisación.
Llegó Renacer. “Creo que esta es la canción más romántica de Aztlán, disfrútenla…”. Las lágrimas volvieron. El escenario se tiñó de naranja, como simulando un amanecer. Al unísono: “Te quiero tocar y topo con pantallas de cristal. Te quiero encontrar, tal vez ya nos cruzamos al andar”. Una pareja de adultos, de unos 55 años, se despojó de sus celulares. Abrazados, la cantaban, se miraban, cómplices, con sonrisas.
Para quienes conocen a Zoé, Renacer es como Luna de ‘Reptilectric’, Andrómeda de ‘Programatón’, The Room, de su primer EP o Vía Láctea de ‘Memo Rex Commander’, pieza que devolvió a los músicos a su primera etapa musical: un clásico.
A las 21:50, comenzó la despedida. “!Gracias Ecuador por su apoyo, se la rifaron¡ Nos volveremos a ver” dijo Larregui mientras dejaba el escenario. Pero el público esperó. ¡Otra, otra, otra! gritaban, extasiados, sabían que faltaban más canciones. Pasaron 10 minutos. ¿En serio se terminó? preguntaban sus seguidores.
Y volvieron. “Quiero un continente unificado que se llame Aztlán”, gritó Larregui augurando la siguiente canción: Reptilectric, una crítica al capitalismo que los catapultó a la escena internacional. “Quiero libertad en un mundo material. Sentir el amor sin volverme a enamorar”, coreaba la masa.
“¡No me destruyas, por favor”, decía con fuerza un fanático para que el cantante lo escuche. Y lo complació, después de interpretar Luna, bandera musical del MTV Unplugged que la banda grabó en el 2011 bajo la producción del consagrado Phil Vinall.
Llegaba el final. Sonó Soñé, aquella canción que cobijó la película ‘Amarte duele’ y con la que Zoé logró reconocimiento en México. El público estaba satisfecho, casi sin voz pero aún faltaba el cierre, ese que rescata el lado espacial y levanta la psicodelia, el espíritu pícaro y ese rock cercano, que la ha caracterizado durante 21 años: Love. Como aquellos veinteañeros que soñaban con encontrar un lugar en la música latinoamericana, los músicos -abrazados- se despidieron nuevamente de Ecuador con la promesa de volver.
Zoé no es más una convención del boom del rock latinoamericano de los 90. Renace con aquello que los catapultó en la escena internacional: la autenticidad, la sutileza de líricas que matizan con experiencias personales, su bandera anti ‘mainstream’ que -en el 2018- sigue logrando ‘sold out’ en el Ecuador.
En la memoria de los capitalinos queda el mensaje final de Larregui: “¡Qué viva Latinoamérica¡ Las fronteras no existen”. Un viento refrescante para gritarle a todo y a todos.