Según el reporte de la disquera Universal Music, fueron más de 35 000 personas las que ingresaron al parque Bicentenario para vivir la euforia que significó el concierto de Metallica.
Desde el escenario de dos pisos, la gestualidad de Robert Trujillo, en el bajo, la energía de Lars Ulrich, en la batería, la estampa del guitarrista Kirk Hammett y la voz y complicidad de James Hetfield movieron al público asistente… en algunos casos hasta el paroxismo o las lágrimas. “Metallica loves Quito“, soltó Hetfield, después de que la banda interpretase Fuel, la canción que se añadió al repertorio tras la votación del público durante el show.
Si bien se registraron conflictos en las afueras del recinto -mal rezago de la ‘cultura’ del ‘puertazo’-, estos fueron motivados por fanáticos de la banda que no pudieron hacerse de una entrada. Mas cualquier conato de incidente fue sofocado por efectivos de la Policía Nacional. 46 personas fueron detenidas por intentar ingresar a la fuerza, según reporta el Ministerio del Interior.
Dentro no hubo disturbio alguno, que no haya sido la emoción exacerbada de un público apasionado por sus ídolos y por canciones como Nothing Else Matters, Enter Sandman, Seek and Destroy. Así lo ratificó el coronel Juan Carlos Mina, comandante del Distrito Eugenio Espejo y jefe del operativo: “Dentro del búnker donde se realizó el concierto no hubo novedades y todo se realizó como se planificó”.
Los distintos filtros de seguridad funcionaron en su totalidad. Asimismo, el personal de la Cruz Roja y el del Cuerpo de Bomberos prestaron su ayuda a personas sofocadas.
La efectividad en la coordinación entre organización y seguridad deja pensar que eventos masivos y representativos de subculturas urbanas pueden realizarse, con el fin de colocar a Quito -cada vez más- en los circuitos internacionales.
La interacción entre Metallica y los fans -desde y sobre el escenario-, la planificación con las bandas de apertura, el despliegue escénico (con pantallas, luces y un show de pirotecnia) sumaron en la buena consecución del concierto.
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Metallica, desde el punto de vista musical, se mostró solvente sobre el escenario. Sin embargo, para quien conoce el catálogo del grupo, habrá sido evidente que el cuarteto se tomó algunas libertades interpretativas. Algunas de ellas ya son una marca registrada, pues las vienen tocando en vivo desde los 90, como los quiebres de batería de Lars Ulrich en la última parte del tema Seek and Destroy, o los solos de guitarra de Kirk Hammett con desenlaces alternos al original en One.
Pero otras -para quienes agudizaron el tímpano- fueron producto de la espontaneidad de aquel momento a 2 800 m de altitud, en donde los intérpretes prefirieron hacer, por instantes, pequeñas improvisaciones diferentes a la partitura de los discos. Quien más aplicó esto fue Hammett, en solos de guitarra que eventualmente daban a conocer melodías nuevas. Ocurrió en Sad But True, Blackened y Seek and Destroy.
En cuanto al resto de integrantes, el más apegado a la norma fue el vocalista y guitarrista James Hetfield. Los momentos en los que -se puede decir- alteró la música original, fueron cuando su prioridad era animar al público y dejaba de tocar sus seis cuerdas. Su voz adoptó líneas melódicas menos altas, en canciones como Ride the Lightning, Seek and Destroy y Creeping Death. Esto como medida a la natural tendencia de que las cuerdas vocales se engrosen con la edad (esos temas fueron grabados hace 30 años).
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Ulrich se mostró concentrado. Salvo en algún desliz casi imperceptible de ritmo en los golpes de bombo en Blackened, su interpretación se ajustó con fidelidad al material discográfico. Por otro lado, el caso de Robert Trujillo es diferente, pues la banda le ha concedido cierta licencia para interpretar temas de sus exbajistas en su propio estilo. Así, aunque respetó sobremanera el solo de bajo en For Whom the Bell Tolls, hizo una versión mixta en Orion (con una parte del fallecido Cliff Burton y otra suya).
Ahora bien, gran parte del impacto que dejó Metallica en los espectadores quiteños radicó en el trabajo de un personaje de bajo perfil dentro de la maquinaria del grupo y que es el principal responsable de que el sonido de esta agrupación se destaque en vivo desde 1984. El mago detrás de la consola del cuarteto se llama Mick Hughes, un ingeniero británico de 53 años, que ha mezclado el sonido en vivo de la banda en más de 1 500 conciertos.
A este personaje de larga barba se le ha atribuido el distintivo sonido de los instrumentos de frecuencia baja en Metallica. Por eso, si un espectador se encontraba en la localidad de Metallica Box o en la parte frontal de vip, lo más seguro es que sintiera la resonancia distintiva del bajo y el bombo en la parte superior del torso, sin pelear con las guitarras eléctricas. Esa coherencia sonora es parte del léxico en vivo de esta banda y probablemente el motivo principal para que la mayoría de asistentes salieran del acto musicalmente satisfechos.
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