Tópicos como que la edad no está en la cédula sino en los corazones resultan tan vacuos cuando filmes como ‘Gloria’, del chileno Sebastián Lelio, están en pantalla. Es una película que sostiene dignidad y delirio, mientras proyecta a un personaje radiante y complejo, sin recursos lacrimosos y manteniendo la sinceridad y el humor intactos.
La situación plantea a Gloria, madre, abuela, cerca de los 60 años y tras 12 de su divorcio, asistiendo a salones de solteros en busca de romance. En uno de ellos conoce a Rodolfo, galán canoso y separado, con quien inicia una relación problematizada por la dependencia en el pasado de uno y la ansiedad de nuevas experiencias de otra.
La curva del personaje es comprendida en su totalidad por Paulina García en su actuación. Una estructura sencilla y una dirección fina acompañan a la actriz y sus gestos, a esa estampa melancólica pero que no la hace víctima. Gloria es más compleja, no está para ser tratada desde lo superficial y condescendiente. El estudio y construcción del personaje por parte del director esquivan el estereotipo y, sin sublimaciones o melodramas, reconoce los dos lados de su heroína. Tal ambigüedad perdura en el filme sin concretar si el caso de Gloria es de triunfo o de resignación.
Esta mujer es un espíritu libre que sigue como tal incluso en los reveses. Soltera y solitaria conlleva la sobrevivencia emocional tras las rupturas del corazón. Asume al riesgo como motor; tras experiencias desilusionantes se entrega con ansias a la celebración de la vida, entra ciegamente al presente, no cede y busca sacarle sonrisas a la agonía de la existencia.
La cinta de Lelio también propone un retrato de la maternidad, como la relación con esa madre que es tan de uno y a la vez habitante de otra, de una misteriosa, dimensión. Esa mujer que no alcanzamos a comprender como tal, ni como individuo humano, sino absurdamente como rol social. Así se exhibe la indiferencia de los otros que gravitan alrededor de Gloria, de su ser vibrante.
El acercamiento sin posturas del cineasta es lo más acertado de un lenguaje que representa y reflexiona sobre la mujer, sobre el hombre, sobre la edad, el manejo de los cambios, el sexo… Ese sexo que es el abrazo de dos soledades desnudas, flácidas, de carnes y de arrugas, ciertas y vehementes.
Y todo ello, en medio de contextos sociales plasmados desde la sutileza, desde su incidencia cotidiana y no en la denuncia panfletaria. Esos personajes de edad mediana tardía, expuestos sin tragedia ni caricatura, son la generación chilena que sintió el ‘pinochetazo’ y ya con sus años son testigo de otras protestas. En las charlas de Gloria y sus contemporáneos, el pasado se filtra con dolor, mientras piensan sobre las dinámicas del mundo actual, sus ideas, sus acciones, su virtualidad. De paso, el filme discute -a su manera- el culto excesivo a la juventud.
La música retrata las situaciones que atraviesa el personaje; esa balada pop setentera en habla hispana, pegajosa, bailable… propone una identificación con las letras, como con esa Gloria de la canción de Umberto Tozzi, o con los temas de Massiel, Frecuencia MOD, Paloma San Bacilio, Donna Summer. Y también está el baile como medio de acercamiento para el romance de salón, para esos juegos de seducción y complicidad, para el enamoramiento y el desencanto que apuntalan nuevas búsquedas. Las relaciones que se muestran en este relato son para nada perfectas.
Y ‘Gloria’ es eso… sentir el amor -errores incluidos- mientras la vida sigue.
El director y escritor nació en Santiago de Chile, el 7 de marzo de 1974. Hijo de un arquitecto y de una balletista, estudió dirección en la Escuela de Cine de Chile. ‘Gloria’ es su tercer largometraje, antes dirigió la premiada ‘La sagrada familia’ y ‘Navidad’. En esta nueva película el cineasta se acerca honestamente a la generación de sus padres.