Gogol Bordello fue uno de los grupos con mayor éxito en el Rock in Río Madrid 2012. Convocó a unas 55 000 personas y se presentó junto a Red Hot Chili Peppers e Incubus.
Muchos saben que es un grupo de culto, formado en Nueva York, que toca tanto en festivales alternativos como en el show de David Letterman y que su creatividad les hace impredecibles.
Lo que pocos conocen es que uno de sus miembros es ecuatoriano. Es un inmigrante en Nueva York como el resto de la banda que proviene de Rusia, Etiopía o Israel. Pedro Erazo (Quito, 1979) hace la percusión y se convierte en solista a ratos, con una voz profunda y enérgica.
Él y Eugene Hütz, fundador de Gogol Bordello, hablaron con EL COMERCIO, antes de ir a su gira francesa. Es difícil encasillarles. Se definen como un grupo de rock inmigrante, pero son mucho más. Gipsy punk, ska, cumbia, samba. Charango y violín. Una mezcla que nace de las influencias de los orígenes de cada integrante. Y son absolutamente impredecibles, una canción puede saltar del ska más rotundo a la delicadeza de un violín.
“Nuestra música no es planificada”, dice Hütz, que salió de Ucrania con su familia siendo un niño. Huían de Chernobyl, recorrieron campos de refugiados durante años y llegaron en 1992 a Estados Unidos. “Mi música es de sentimientos, cualquiera que planifica sus composiciones no es un verdadero músico, es un negociante. Y aunque algunos aspectos de los negocios son necesarios, en mi proceso creativo no hay nada más que sentimientos”, añade.
Y eso es lo que encuentra en las melodías ecuatorianas, sus preferidas. Desde que Pedro Erazo le acercara por primera vez a ellas no ha dejado de escucharlas. “Cuando estoy en casa escucho música ecuatoriana el 50% del tiempo”.
Tiene su propia colección y la enriquece continuamente. Les gustan los ritmos “ellos me hablan por sí solos”, no se detiene mucho en las letras, y encuentra en ellos “balances preciosos y una conexión fuerte con la tierra”. Por eso quiere ir a Ecuador, dice que encabeza su lista de sitios por visitar junto a Marruecos y Siberia.
El encuentro entre Pedro Erazo y Gogol Bordello fue una casualidad. El ecuatoriano tocaba en el metro de Nueva York, alguien lo escuchó y le invitó a una fiesta de Hütz. Allí empezó todo. Le pidió que tocara con ellos tres fechas. Al cierre del último concierto Hütz le dijo que tenía una buena y una mala noticia. La mala es que le había comprado el billete de vuelta a Nueva York, la buena, que le invitaba tocar con el grupo en una gira de 52 días. “Ese rato llamé a mi trabajo -una tienda de productos de arte- y les dije que estaría enfermo durante 52 días. Me despidieron”, cuenta entre risas Pedro.
Primero tocaba en una canción, ahora tiene su set de percusión y es el único que canta como solista aparte de Hütz. Lo hace en las estrofas más guerreras, en el ska más duro. No tiene formación musical, ni siquiera viene de familia de músicos – “sino de militares, qué ironía!”, bromea- pero en el escenario impone.
Él introdujo el charango en algunos de los temas y una máscara de diablo en los escenarios. Recuerda de Ecuador sobre todo la comida, la fritada, las chugchucaras, el ceviche… “Hay ocho restaurantes en Queens de comida ecuatoriana, pero no es la misma sabrosura que encuentras allá, son otros productos, otras manos”, subraya.
La jungla de asfalto que es Nueva York le asfixia, por eso huye al Puyo, capital de Pastaza, cuando puede. “Creo que en Estados Unidos para nadar en un río necesitas hasta una licencia, en Ecuador, llegas, te quedas en calzoncillo y chao”, dice con una carcajada.
Es de los más reivindicativos con el tema migratorio. Su familia y él han vivido durante casi 20 años la odisea de no tener ‘papeles’. Él los obtuvo hace poco – tiene 33 años y llegó de 14-, pero recuerda con tristeza las veces que quedó excluido de las giras internacionales porque no podía salir de EE.UU.
Muchas de las canciones recogen las experiencias migratorias de sus miembros. “La música llegó a mi vida por necesidad. Me negaba a depender de los trabajos asignados a los inmigrantes: lavaplatos, mensajero. Necesitaba algo para expandir mi creatividad, mi intelecto. Y me puse a tocar en el metro”.
Ve a su grupo como “una hermandad”. Pasa de gira con él nueve meses al año. De los viajes en un autobús emergen las canciones, todos aportan.
Quiere volver a Ecuador algún día. “Pero no a Quito, sino al Puyo, donde hay naturaleza”.