Ecuador – What a night!” Esa fue la calificación que dio el propio Paul McCartney, a través de su cuenta oficial en Twitter, al espectáculo que presentó por primera vez en Quito la noche del pasado lunes.
Sonoro y visual pero además emotivo e histórico, el concierto del exbeatle llegó al público como un ingenioso y bien narrado viaje en el tiempo. Una travesía de 40 canciones que revivieron sus mejores momentos con los ‘Cuatro de Liverpool’, Wings y luego en solitario.
En el guión, el viaje se inició con un ‘flashback’ que retornaba -en forma de collage animado- a sus recuerdos de infancia, a sus amores, a sus pasiones, a sus alegrías así como a sus nostalgias.
Esa fue la introducción de un personaje que apareció primero interpretando a un elegante caballero inglés, de traje y abrigo, con un bajo entre sus manos que interrumpió la cotidianidad de una nublada noche quiteña con los acordes de Eight Days a Week, Save Us, All my Loving, Listen to What the Man Said. The Beatles, ‘Macca’, The Beatles, Wings, las canciones se alternaban como desafiando una línea cronológica que se recomponía en una nueva historia.
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En un sinuoso camino, McCartney dejaba su abrigo y cambiaba el bajo por la guitarra, para transitar por sonidos más potentes y elevar la tensión con Let me Roll it y Paperback Writter. Al igual que en Chile y en Perú, el músico había recogido un par de frases locales que utilizó como puente para llegar al público que lo ovacionaba desde la cancha y los graderíos, de un escenario quizá dispuesto para otros fines pero cuya arquitectura ofreció las condiciones acústicas y estructurales adecuadas para garantizar un espectáculo de calidad.
En esos momentos de improvisación y espontaneidad, McCartney se desprendía de la imagen del frío caballero inglés para convertirse en un ‘showman’, que provocaba intermitentes explosiones de euforia entre la pirotecnia, el confeti y los rayos láser.
Sus interpretaciones con el bajo, la guitarra, el piano o el ukulele, cuyos acordes se sincronizaban perfectamente con las imágenes que se proyectaban en los más de 500 m² de pantallas, incluido el piso del escenario, que se desplegaron en una estructura de 24 m de altura. Las revoluciones volvían a descender para entrar en recodo nostálgico de recuerdos y homenajes a sus esposas Linda y Nancy, a su “compadre” George y a John Lennon con My Brother.
Pero el protagonista no viajaba solo, 30 000 fanáticos, unos que recordaban y otros que descubrían que la música de McCartney, Wings y The Beatles aún conserva una energía refrescante, como la voz de un compositor que sabe mantener el equilibrio entre lo clásico y lo novedoso.
En el punto más emocionante, ‘Macca’ se despedía con Live and Let die y Hey Jude. Pero volvió con ‘yapas’ que incluyeron un fragmento de All you need is love, para terminar con The End.