Una atmósfera diferente a la acostumbrada se percibió la noche del domingo, en los Multicines CCI, durante la última función del día de ‘La isla siniestra’ (‘Shutter Island’, 2010). Algunas miradas fijas y un lenguaje corporal que denotaba desesperación o angustia reflejaban el sentir y el grado de tensión de ciertos espectadores, frente a la cinta de Scorsese.
El director optó por jugar con el espectador, engañarlo con pequeñas trampas del guión, enredar las cuerdas que tejen su psicología. Lo hizo desde el primer plano que muestra a un Leonardo DiCaprio descompuesto frente al espejo del baño del ‘transfer’ que llegaba a la isla.Inquietantes y bruscos cortes de transición, intensos destellos de luz, gestos ambiguos de los actores, desconcertantes ‘flasbacks’ y una banda sonora que perturba son algunos de los recursos que acompañan a la trama.
Cerca de 50 personas buscaban la solución al acertijo que se planteaba en la pantalla. Para aumentar la atmósfera de angustia estaban la lluvia, los ratones, la sirenas, un bosque asfixiante…
“Es impresionante lo que puede provocar el cine cuando esta bien hecho… una sola escena puede destruir todo lo que pensabas”, dijo Catalina Peña.
El espectador, inmovilizado en la butaca, recorrió con los ojos y las emociones los truculentos corredores de Ashcliff, el centro de reclusión para criminales con problemas mentales, donde ocurre la acción de ‘La isla siniestra’ .
Si bien se planteó una intrigante historia policiaca, tanto los personajes como el público participaron de una psicoterapia extrema, que jaló las posibilidades de lo ilusorio y lo real hasta más allá de los límites. El suspenso y la sensación de que en algún momento el conflicto hallará solución era lo único cierto. La paranoia y la esquizofrenia se relacionaban con desgarradoras imágenes de la II Guerra Mundial, recuerdos de amores y de temores pasados.
“A momentos perdía el hilo de la historia y otros, en cambio, presumía qué es lo que iba a ocurrir… me recordó a ‘Beautiful Mind’, a ‘Los otros’, no sé…”, concluía Pablo Velasco al levantarse de la butaca.
La gente salió de la sala, aún confundida, pero preguntándose (como plantea la película) si es mejor vivir como un monstruo o morir como un buen hombre…