En su octavo período de festiva libertad ‘Solteros sin compromiso’ continúa inmerso en el necesario empeño de exponer los defectos de la ‘ecuatorianidad’. Imperfecciones caricaturizadas, exacerbadas, satirizadas, ajustadas a los parámetros de la comedia audiovisual, pero fácilmente asociados con la cotidianidad de un país.
En fugitivos 13 minutos transcurrió anteanoche (23 de enero de 2014) el estreno del primer capítulo de la octava temporada. Tiempo breve (coherente con las formas apresuradas de consumo del cibernauta, ya que ahora la serie se transmite por el canal BrahmaTV de YouTube), pero suficiente para dejar entrever espasmos ambiguos de la nueva trama.
El primer giro radical es ver al aniñado Juan Carlos (Diego Spotorno) en una cárcel de ‘mala muerte’, sin que por el momento se esclarezca el delito que ha cometido. Su amigo Fernando (Andrés Pelaccini), en cambio, se accidentó en un avión y ha perdido la memoria. Katiuska (Tábata Gálvez) y Sebastián (Alberto Cajamarca), temerosos, aspiran que no recupere la razón para que no vuelva a hacer las maldades a las que estaba acostumbrado.
Se ironizan las imperfecciones de una sociedad, pero también se repiensan aquellos aspectos que una nación asume como virtudes. Al espectador, que empieza a ver que la vida de los personajes dista mucho de los acomodados escenarios en que antes se desenvolvía y constatar que ya no están papi o mami para complacer sus caprichos económicos, le resulta risible porque de alguna manera ese comportamiento también es un reflejo nacional.
Afloran, además, otras ‘costuras’ sociales como la promiscuidad -personalizada en Katiuska- o la drogadicción, que fue objeto de críticas en las temporadas pasadas.
En esos corrosivos ataques se evidenció otra debilidad de la personalidad ecuatoriana: la hipocresía, que puede envolver en el escándalo a toda una nación al comprobar que lo que ocurre en la realidad puede ser trasladado a la pantalla.
Se continúa en esta serie desmembrando las frágiles paredes con las que se teje nuestra idiosincrasia. Se retoma lo peor de un territorio para cuestionarlo con un humor que se sitúa entre lo negro y lo surrealista. Todos los desarreglos quedan expuestos en una sociedad que, en el transcurso de este seriado, es sorprendida en fachas, despeinada y con bata de dormir.