Bernard Fougères, quien era francés, estaba radicado en el Ecuador desde 1966. Foto: Elena Paucar / EL COMERCIO
Bernard cumplió aquello sobre lo que tanto escribió y habló: encontrarse con su esposa, Evelina Cucalón de Fougères.
Una fotografía de ambos, sonrientes, abrazados, resalta en el anuncio del velatorio del periodista francés, en la sala exclusiva 2 de la Junta de Beneficencia de Guayaquil. Falleció la noche del sábado, en una clínica del sur de la ciudad. Se fue en paz, sin dolor, como él quería, contaron sus familiares.
En un ataúd cerrado reposa el cuerpo del protagonista del Show de Bernard, que acompañó por 30 años a las familias ecuatorianas con su piano y sus entrevistas a la hora del almuerzo. Sobre el féretro permanece su inseparable Mafalda de traje rojo. También colocaron un retrato al carboncillo, con un aire de caricatura, que recibió cuando se despidió de la cadena Ecuavisa.
“Fue siempre un niño grande, un niño en una empaque de viejo, un niño lleno de inquietudes, de ilusiones, de emociones”, relató Sol, una de sus hijas mayores, con esa sutileza de palabra que caracterizó a su padre.
Ella pide mantener vivo el legado social de Bernard, un trabajo que silenciosamente realizó en hospicios y cárceles, ayudando a los más necesitados.
Fougères sufría de problemas cardíacos que se complicaron desde 2017, cuando anunció que partía a Francia para realizarse tratamientos médicos, tras una operación a corazón abierto. Foto: Elena Paucar / EL COMERCIO
De él, dice, aprendió a valorar los detalles, esos detalles que no ha logrado hallar en otra persona. “Las flores en el desayuno, tocarnos el piano para ir a la escuela, hacer nuestros desayunos los domingos, caminando por todas partes con una bandeja -a él le encantaba cocinar-; jugar con los nietos, romper los lápices de labio de mi mami para dejarle mensajes de amor en el espejo de la habitación, cada día uno diferente”.
Bernard Víctor Fougères Juliot nació en Francia, en 1934. En mayo de 1965 viajó a Ecuador para dirigir la Alianza Francesa -entre los países a elegir estaban también Turquía y Nicaragua-. Con el tiempo se enamoró de Guayaquil.
Sol es firme en decir que su padre no le temía a la muerte. Ya lo había dejado claro en varios artículos de opinión en la columna que mantenía en Diario El Universo.
“Siempre decía que debemos asumir lo que somos, sin etiquetas, sin posturas. Asumir las arrugas, nuestro pelo blanco… Él decía: ‘a partir de los 80 ya salí de cuentas, mi vida es una yapa’. A él no le daba miedo morir; de hecho, el quería estar con mi mamá”.
Noviembre del año pasado fue una de las tantas veces que lo dijo, cuando relató una trágica experiencia en París. “… no deseo fallecer en la Ciudad de la Luz sino en Guayaquil, donde estoy viviendo por más de cincuenta y dos años. Cremarán mis restos, me iré esfumado sin tanta alharaca. Tomé hace mucho tiempo conciencia de mi condición mortal, del insignificante rasguño que puedo dejar en el mapa”.
El popular presentador de televisión Bernard Fougères falleció ayer, sábado 5 de mayo del 2018, en la clínica Alcívar en Guayaquil, a los 84 años de edad. Foto: Archivo / EL COMERCIO
Y así fue. En la sala solo resalta una cruz sencilla y unas cuantas lámparas están encendidas. Las flores blancas, como las que colocaba en cada desayuno, predominan a su alrededor. Un retrato al óleo mantiene vivo su espíritu.
Su cuerpo será cremado. Y mañana, a las 12:00, será su sepelio en el Cementerio Patrimonial de Guayaquil.
A mediados de abril, Fougères escribió uno de sus últimos artículos de crítica gastronómica en La Revista de El Universo, bajo la pluma de Epicuro. “Hay un límite en todo, es preciso a veces poner un final a una de nuestras actividades. Epicuro tiene un problema de salud algo serio que le impide físicamente seguir visitando restaurantes y criticarlos”, anunció.
Sol dice que Bernard asumía cualquier enfermedad que viniera. Recordó que fue operado múltiples veces, más de diecisiete: el corazón, la carótida, el estómago… “Y él superó todo. Él no tenía miedo a la muerte -insiste-, él la asumió porque ya vivió. Tuvo todo el conocimiento y la experiencia, y lo transmitió. Ya no había, tal vez, más que transmitir; a lo mejor ya era momento de descansar”.