El francés Alain Resnais, fallecido el sábado (01 de marzo de 2014) a los 91 años, fue un cineasta sutil y ecléctico de la memoria y la imaginación, que marcó la historia del séptimo arte con varias obras maestras.
El primer largometraje del patriarca del cine francés, ‘Hiroshima mon amour’ (1959), irrumpió como un trueno en pleno período de renovación de la ‘nouvelle vague’. ‘A bout de souffle’, de Godard, y ‘Los 400 golpes’, de Truffaut, se estrenaron el mismo año.
Inspirado en una novela de Marguerite Duras, el filme ya contiene la semilla de las creaciones posteriores: una historia dentro de la historia, cronología deconstruída y uso sutil del hilo narrativo, ya sea tratándose de la tragedia nuclear o de la pasión amorosa.
Alain Resnais no cesó de explorar los vínculos entre imagen y escritura, basando muchas de sus películas en la obra de grandes escritores, como Alain Robbe-Grillet o el español Jorge Semprún.
Nacido en 1922 en Vannes, este hijo de farmacéutico, algo solitario y de frágil salud, leía a Marcel Proust y quería ser librero. Finalmente optó por el espectáculo: en 1940 se inscribió en cursos de teatro y en 1943 en la Escuela francesa de Cine (IDEC).
Pero rápidamente se puso a dirigir pequeños filmes de 16mm que no tenía difusión comercial, como ‘Schéma d’une identification’ (1946). No tardó en ingresar de lleno a la categoría de los profesionales, con películas sobre Van Gogh y Picasso (‘Guernica’, 1950) o el arte africano (‘Las estatuas también mueren’) . En 1955, realizó ‘Nuit et Brouillard’ (‘Noche y Niebla’) , un impactante largometraje documental sobre los campos de concentración nazis.
Inventor de nuevas formas
Percibido desde sus inicios como un director cerebral a causa de películas, que son reflexiones sobre la guerra, la incomprensión y la muerte, Resnais supo ampliar su perfil cinematográfico a partir de los años 80.
Sus biógrafos lo describen como un “hurgador de la memoria” o un “compositor de películas”. El cineasta fue capaz de pasar de las ratas de laboratorio y la biología (‘Mi tío de América’) , a los cómics (‘Quiero ir a casa’), la educación (‘La vida es una novela’), o la adaptación de una obra de teatro (‘Mélo’) .
Siempre innovando en la forma, en 1993 obtuvo el Oso de plata en Berlín por ‘Smoking/No Smoking’, y en 1997, a los 75 años, no vaciló en lanzarse en el cine musical con ‘On connaît la chanson’. Se interesó luego en los problemas de la pareja con ‘Corazones’, que recibió el León de plata a mejor dirección en la Mostra de Venecia.
El realizador formó a su alrededor una verdadera banda de actores predilectos, incluyendo su musa Sabine Azéma, André Dussolier, Pierre Arditi y Lambert Wilson.
Su última obra, presentada en la Berlinale, ‘Amar, beber y cantar’, es una fantasía que oscila entre teatro, cine y cómic.