Los muralistas fusionaron su creatividad con la cultura, la naturaleza y la vida marina. Hay planes para pintar las casi 200 viviendas de la comuna. Foto: Enrique Pesantes/ EL COMERCIO.
La mirada profunda de Ester Quimí engancha al paso, en la Ruta del Spondylus. El rostro cobrizo de la mujer, de 87 años, cubre una de las paredes de la casa comunal de La Entrada, un pintoresco caserío que luce como un cuadro colgado junto a la montaña, en el kilómetro 60 de la vía que conecta Santa Elena con Manabí.
63 murales cuentan la historia de esta comuna de la parroquia Manglaralto. Son parte del proyecto Casitas de Colores, que comenzó entre pinceladas hace dos años y tornó a parte de las viviendas en ‘lienzos’ que reflejan la ancestralidad, la vida ligada al Pacífico y la naturaleza que los envuelve.
“No es solamente pintura. Cada mural narra una historia”, dice Armando Asunción, nativo de La Entrada.
Los brochazos fueron hechos por muralistas de diferentes partes del país. Más de 30 artistas plásticos se albergaron por días en este poblado para hallar inspiración en el diálogo con sus moradores.
“Al escucharlos descubrieron la identidad de la comuna. Ahora queremos convertirla en una forma de turismo cultural”, dice Asunción, quien fue presidente de la comuna.
Doña Ester fue teñida sobre un mar, rodeada por peces. Es una de las pobladoras más antiguas, de aquellos que le dieron nombre a la localidad establecida en 1930. Aquí terminaba el camino y era la entrada al bosque de la cordillera Chongón-Colonche, para llegar a otras comunas del norte.
Una guatusa -mamífero típico del bosque seco de la Costa- resalta en otra fachada. Quien habita esa casa conservaba un dibujo del animal como recuerdo de su hermano; ambos eran cazadores de la montaña.
Un sigiloso tigrillo asoma en la pared de una carnicería. Su dueño rememoró que su familia criaba ganado en la montaña, donde un ocelote acechaba los terneros continuamente.
Y, así. Hay arrecifes fosforescentes en las tiendas, pulpos y ballenas jorobadas que sobresalen en los muros. “Desde que pintaron el pueblo los turistas se detienen -cuenta Colombia Castillo-. A mi casa le han tomado cientos de fotos”.
La cuencana Gabriela Peñafiel es una de las artistas pioneras. Recuerda que Casitas de Colores nació en la mente del propietario de una hostería. Él la contactó para hacer un cuadro lleno de matices de la comuna de cerca de 700 habitantes; el boceto saltó a la realidad.
La visión fue suya -relata-. Consiguió recursos para que las casas fueran enlucidas y pintadas. “Luego hicimos tres convocatorias de artistas plásticos que, voluntariamente, hicieron los murales”.
Peñafiel y el manabita Darwin Ruiz plasmaron varios diseños. Con tonos destellantes delinearon a los buzos, portadores de un oficio ancestral heredado del pueblo Huancavilca que dominó este territorio. Hoy ya no se sumergen en busca la preciada concha Spondylus; hoy surcan los arrecifes tras pulpos y ostras.
También esbozaron a Bartola para dar la bienvenida a La Entrada. La mujer de cabello canoso sostiene una naranja en su mano. Al igual que Ester, su sabiduría los inspiró. “Ella conserva esa sabiduría que le dio la vida en el campo, donde siguen cosechando naranjas”.