En ‘El poder y la palabra’ se puede descubrir las reflexiones de George Orwell para escribir su novela ‘1984’. Foto: www.reddit.com
George Orwell ha ganado, ahora más que antes -y como si eso hubiera hecho falta, para nuestro mal-, la reputación de un profeta. Su terrorífica novela ‘1984’ es la anticipación de lo que hoy vive el mundo; asombra, asusta y deja casi como conclusión exclusiva que, con un mundo así, con sus ministerios que controlan el pensamiento y el sentimiento y el Gran Hermano que nos vigila, ya no habría más razones para seguir existiendo.
Orwell nos dejó un mundo que ha ganado aún mayor reputación por sus tristes réplicas actuales. ¿El Ministerio del Amor no se parece a lo que han sido las secretarías de la felicidad que se instalaron en algunos países de América Latina? ¿El Ministerio de la Verdad no se parece al control propagandístico y a la manipulación de la historia que se ha padecido? ¿No se inventó o se intentó inventar un lenguaje?
Se tomaron nombres que se usaron en otros lados, como Asamblea Nacional o Consejo Nacional Electoral. También se aplicaron términos sin rigor, como ‘socialización’ o la exageración del lengua incluyente como todos y todas. De algún modo se ha reforzado el control sobre los individuos hasta convertirlos en una gran masa que repite un discurso aprendido, so pena de castigos con apenas un pequeño atisbo de “desviación burguesa”.
‘1984’ es una novela también especulativa. Nace de las preocupaciones políticas de Orwell. Y el sello editorial Debate nos ofrece en ‘El poder y la palabra’ (2017) una recopilación de sus reflexiones que publicaba en forma de ensayo en varios periódicos. Lo interesante de esta edición, escribe Miquel Berga en el prólogo, es que el lector puede descubrir el proceso intelectual para escribir su gran distopía.
Confucio decía –lo recuerda Octavio Paz en ‘El arco y la lira’- que si le tocara administrar el gobierno, su primera reforma sería la del lenguaje. “No sabemos en dónde empieza el mal, si en las palabras o en las cosas, pero cuando las palabras se corrompen y los significados se vuelven inciertos, el sentido de nuestros actos y de nuestras obras también es inseguro. Las cosas se apoyan en su nombre y viceversa”, dice Paz.
La corrupción de la palabra es la preocupación mayor en estos ensayos de Orwell que tienen más valor en estos tiempos de la posverdad, que se construye desde el poder. Toda evidencia objetiva es manipulada y la conclusión siempre termina siendo creíble. Falsa pero creída y defendida por los sujetos sometidos por el totalitarismo. No importa falsear el pasado distante ni el cercano para legitimar el presente.
Todo totalitarismo aniquila la libre expresión y la literatura, dice Orwell. No hay literatura valiosa que nazca de un Régimen que controla todo. “La literatura de toda clase, desde los poemas épicos hasta los ensayos críticos, se encuentra amenazada por el intento del Estado moderno de controlar la vida emocional del individuo”.
Así, los dos tipos de Estado totalitario moderno, nazismo y comunismo, son peores aún que el Medioevo u otras “ortodoxias”. Orwell creía que ninguno dio una gran literatura. Pero el Medioevo nunca será tan peligroso como el totalitarismo. Los tres son dueños de la verdad, pero el intelectual de la Edad Media tenía verdades sentadas por un período de tiempo prolongado. El totalitarismo, al contrario, cambia constantemente por las necesidades políticas del poder.
“En cierto modo, sus pensamientos (de quienes vivieron en la ortodoxia cristiana o musulmana, por ejemplo) están restringidos, pero viven toda su vida dentro del mismo marco del pensamiento. Nadie se inmiscuye en sus emociones. Pues bien, con el totalitarismo ocurre todo lo contrario. La peculiaridad del Estado totalitario es que, si bien controla el pensamiento, no lo fija. Establece dogmas incuestionables y los modifica de un día para otro”.
Antes de 1939, los comunistas rusos se indignaban ante los horrores del nazismo. Luego de ese año debieron cambiar y creer que “Alemania era la ofendida” con la firma del pacto. Ya en 1941 tuvieron nuevamente que cambiar y “volver a creer que el nazismo era el peor de los males que había presenciado el mundo”, publicó en ‘La destrucción de la Literatura’, de 1946 (en 1941 publicó que era la Alemania nazi la que hizo lo mismo con Rusia, poco antes de la guerra entre ambos países). ¿No se puede decir lo mismo, en este país, por ejemplo, de reelección indefinida no, luego sí y otra vez reelección indefinida no?
Al ser la literatura el campo de las emociones, un Orwell catastrófico creía que la literatura no tendría futuro. “La escritura de cierta trascendencia solo es posible cuando un hombre siente la verdad de lo que está escribiendo (…) los repentinos cambios emocionales que el totalitarismo exige a sus seguidores son sicológicamente imposibles”.
A Orwell le preocupaba más el totalitarismo de izquierda que el de derecha, el comunismo que el nazismo. El crítico Christopher Hitchens dijo, en el 2005, que no necesitaba decir lo que tiene de malo el nazismo porque encarna todo lo que la humanidad puede tener de odioso, de demoníaco.
Orwell diría que en Inglaterra el fascismo no tenía cabida, pero el comunismo ruso, al contrario, tuvo el gran apoyo de la intelectualidad de izquierda. Y esta inteligencia tuvo que recurrir al lenguaje para justificar las barbaries del estalinismo. Y ese es un mal que hoy, con el uso extremado del lenguaje políticamente correcto, toda corrupción y todo el cinismo en la gestión, convierte a estos ensayos en una referencia de la crítica de un intelectual ante el poder.
George Orwell
Nació en Motihari, India, en 1903 y murió en Londres en 1950. Su participación en la Guerra Civil española lo llevó a su posición en contra de los totalitarismos nazi y fundamentalmente el comunista. Fue periodista y escritor. Entre sus novelas más conocidas están 1984 (1949) y Rebelión en la Granja (1945).