Enrique Tábara: ‘Estoy en contra de una pintura sensual y frívola’

Este mes hay tres exposiciones de Enrique Tábara (1930) en Guayaquil, que recogen giros claves en las diferentes etapas de su pintura.

Este mes hay tres exposiciones de Enrique Tábara (1930) en Guayaquil, que recogen giros claves en las diferentes etapas de su pintura.

En noviembre hay tres exposiciones de Enrique Tábara (1930) en Guayaquil, que recogen giros claves en las diferentes etapas de su pintura. Foto Archivo: Enrique Pesántes/EL COMERCIO 

En dos de las tres exposiciones que abre este mes en Guayaquil exhiben obras en papel. ¿Qué relación tiene usted con este soporte?
El artista, el pintor, para formarse tiene que trabajar primero mucho en papel, es la primera emoción del arte. Y desde muy pequeño he sido muy aficionado al dibujo en tintas, en tiza de color, en lápices, tengo más de 1 000 trabajos hechos en papel y sigo trabajando obra, en óleos tengo fotos de 4 000 cuadros.

¿Y qué tan importantes han sido para usted las exploraciones del papel?
Las obras exhibidas en el MAAC marcan etapas. Una sencilla acuarela azul es, posiblemente, mi trabajo más importante en el museo, porque es la primera acuarela de piernas que hice en Nueva York por el año 68, y que dio paso a la serie del Pata-Pata, en la que sigo trabajando hasta ahora.

¿La muestra del MAAC muestra los puntos de inflexión de su pintura?
Claro. Yo venía haciendo una pintura abstracta, y al llegar a Estados Unidos me quedé un poco amargado, triste, preocupado de ver que la pintura se había convertido en arte abstracto de formas, líneas y colores, que parecía que habían sido diseñadas con regla y compás. Entonces me dije que no quería hacer más pintura abstracta, que me gustaría volver al ser humano.

¿Qué paso entonces?
Dibujé la figura de un hombre de arriba para abajo. Pero dije, esto ya se ha hecho, no puedo volver a este tipo de figuración. Entonces rompí la figura y tiré los papeles. Estaba en un hotel de Nueva York, y que quedaban las piernas de la figura hecha pedazos. Me emocionó ver eso, cogí esas piernas rotas del dibujo y las plasmé en esa acuarela.

¿Era una forma de seguir habitando, de alguna manera, lo abstracto?
El lenguaje sigue remitiendo a lo abstracto. Yo me había preparado como pintor abstracto, venía haciendo informalismo en España, entonces tenía que salir el arte abstracto en el mundo de las piernas. Fui bastante fiel algunos años con las piernas, después le agregué zapatos, botas, hice pantalones con zapatos, después los zapatos de una manera estilizada, casi abstracta.

¿Alguna vez lo ha cansado esta temática?
No, para nada, sigo trabajando con entusiasmo. Estoy muy contento, porque no me he repetido jamás, para mí cada cuadro era una búsqueda, una exploración nueva de la forma, del color, de la textura, del concepto, nunca sentí que estaba haciendo lo mismo a pesar de trabajar el mismo tema de las patitas. Y nunca me arrepentí.

¿En qué ha devenido ahora este abordaje?
Venía de una escuela de pintura abstracta bien rígida, donde el color ya no contaba. Eso me ha permitido alejarme y retornar al color, o situarme en un punto de equilibro. Ahora, las obras que presento en el Museo Municipal de Guayaquil casi no tienen color. Y es que descubrí que estaba haciendo pintura minimalista en los años 60, sin conocer a los pintores de esa escuela; los conocí hace unos tres años.

¿Qué valor encuentra en estos beiges, blancos sucios, ocres en donde el color parece diluirse?
Vengo haciendo este tipo de obra hace 10 años, al principio era solo una aventura, pero ahora es una cosa desarrollada, una certidumbre.

¿No es un riesgo bordear ese tipo de minimalismo?
Hay que ser fiel a los tiempos, una de las cosas que admiro de los minimalistas, es que iban a contracorriente de una pintura frívola, contra el colorcito y las formas sensuales en la pintura abstracta. También yo estoy en contra de una pintura sensual y frívola.

¿Cómo conecta esa tendencia con la actualidad?
Ahora vas a un apartamento y ya no estás esperando que el cuadro sea el protagonista de todo. Y es posible más bien eliminar el cuadro; si no se somete a un conjunto sobrio de poco color, poca forma, hay que suprimir la pintura.

¿Pero no implica esto una huida de lo comercial?
No solamente es eso. Un coleccionista, que tenía un par de obras mías, me decía que tras el estrés de Caracas las tonalidades suaves de una de mis pinturas lo serenaban. Los tiempos han cambiado, el ser humano necesita ir a su casa a encontrarse a gusto, en paz.

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