No es solo un lugar para comer, es un espacio donde la gente escucha de cerca, mima su paladar y, de paso, tiene contacto directo con el viento y el sol. Los restaurantes al aire libre se volvieron, a raíz de la pandemia, una buena opción para disfrutar entre amigos y familia, reduciendo el riesgo de contagio.
De paso, otorgan a la capital ese aire de ciudad italiana donde la gente no se encierra para comer, sino que se integra a la urbe en un espacio acogedor. Cada vez es más frecuente ver negocios que decidieron utilizar una terraza, un patio o parte de la vereda.
Pasear por sectores como la República de El Salvador, la Whimper o la Foch, en la tarde-noche, es encantador. Las luces cálidas que cuelgan desde el techo, la intimidad que se consigue con plantas o arbustos y la transparencia de cercas de vidrio hacen que la persona que transita por allí sienta el ambiente casi embriagador que un excelente plato de comida y la buena compañía son capaces de crear.
Es posible disfrutar de ese tipo de establecimientos en Cumbayá, Tumbaco, Los Chillos, Pomasqui, Centro, La Floresta… En este último barrio, entre Isabel La Católica, la Orellana, la Coruña y la Madrid hay cerca de 100 locales de los cuales un 40% se ha tomado los retiros o espacios al aire libre.
No hay una cifra exacta de cuántos establecimientos brindan esta opción. En Quito hay 3 500 restaurantes catastrados y unos 1 500 que funcionan de manera ilegal.
Diego Vivero, director de la Agremiación de Restaurantes de Pichincha, se anima a calcular que quizás un 10% de ellos brindan ese servicio. Pomasqui es una de las parroquias rurales que nunca se caracterizó por tener restaurantes al aire libre, pero ahora cuenta con al menos seis, que en las noches encienden los focos amarillos que se tejen en los techos y llaman la atención. En la ciudadela El Señor del Árbol se ubica uno de los más visitados.
Casa Agave es un museo–restaurante. Diego Mora, propietario, abrió el servicio de comedor al aire libre seis meses después de iniciada la pandemia. Aprovechó el encierro para realizar las reformas y adecuar tanto un patio interno como la terraza. Invirtió más de USD 20 000 y actualmente cuenta con unos 250 m² habilitados para recibir a 70 personas.
La vista de las montañas le da un ambiente natural. Diego confirma que eso es lo que la gente necesitaba para salir a disfrutar sin miedos.
Para tener una idea, en diciembre de 2019, antes de la pandemia, recibió cerca de mil visitantes, la gran mayoría extranjeros.
Los seis primeros meses de la pandemia estuvo cerrado. Pero en junio o julio del año pasado -ya con la vacuna– llegó a servir a 100 personas al día. Todas nacionales. Le empezó a ir mejor que antes de la llegada del virus.
Tener un restaurante al aire libre no es sencillo. Hay que solucionar temas como el frío y el viento.
Por eso, estos espacios deben tener calefactores. El restaurante Lumo, Hotel Reina Isabel, tiene cinco en la terraza que ofrece una vista privilegiada de la zona.
Andrés Castro, chef ejecutivo del Hotel, cuenta que el establecimiento funciona hace 21 años y hoy cuenta con 128 habitaciones, con un restaurante con capacidad para 80 personas en el interior y 30 al aire libre.Araíz de la pandemia la zona de la terraza se repotenció.
Colocaron plantas, césped sintético, iluminación y un circuito cerrado de seguridad… Desde allí se puede ver el atardecer a cielo abierto, una práctica que prefieren, sobre todo, los visitantes extranjeros.