Las secuelas sociales de las catástrofes naturales van desde el sentimiento de culpa hasta la sensación de abandono. Foto: EFE.
Tras el terremoto ocurrido en Ecuador el sábado 16 de abril de 2016, de una magnitud de 7,8 en la escala de Richter y teniendo como epicentro el cantón de Muisne, provincia de Esmeraldas, las secuelas sociales que el hecho deja en los supervivientes van desde el sentimiento de culpa hasta la sensación de abandono.
Así lo expresan los sociólogos Cristian Arteaga, docente de la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Central del Ecuador y Ana María Toro, Máster en Gerencia para el Desarrollo por la Universidad Andina Simón Bolívar. Para ellos, la ruptura de la cotidianidad es el primer estrago a sortear de los habitantes de un lugar que ha sido devastado por un movimiento telúrico como el suscitado en las poblaciones de Pedernales, Portoviejo, Manta o Calceta, entre otras.
Para Arteaga, es evidente que por más políticas de prevención el hombre no puede dominar la naturaleza. Y, precisamente, accidentes geográficos como los terremotos evidencian el grado de vulnerabilidad que las personas padecen a nivel subjetivo y objetivo.
Eso es claro para Toro en el hecho que los movimientos telúricos de grandes proporciones rompen estancias y escenarios que las personas entienden como seguras. Es decir, el hogar y el propio lugar de trabajo. Al ser devastados por un terremoto reducen o aniquilan la sensación de seguridad que los seres humanos depositan en ciertos espacios cotidianos.
Precisamente, como una medida para resguardar la seguridad de los ciudadanos las autoridades ecuatorianas declararon el estado de excepción a nivel nacional y un estado de emergencia en las provincias de Esmeraldas, Manabí, Santo Domingo, Santa Elena, Los Ríos y Guayas.
No obstante, los problemas futuros que se originan luego del movimiento telúrico del sábado 16 de abril suman inconvenientes que los sobrevivientes o residentes de los lugares afectados también deberán librar. Para Arteaga, el tema de la salubridad será uno de ellos. En ese sentido, Toro cree que los problemas asociados luego de suscitarse un movimiento telúrico es producto de la poca o nula posibilidad de contar a un terremoto como una amenaza real en el Ecuador, como si sucede en países como Japón.
Para la profesional, las erupciones e inundaciones son los principales eventos riesgosos que se mantienen en alerta en el imaginario del ecuatoriano. Por ello, la prevención en materia de movimientos telúricos siempre queda debiendo, agrega.
Razón por la cual, en palabras de Arteaga, el apoyo psicosocial es clave en los horas siguientes de suscitarse un evento catastrófico. Pues en las personas que logran sobrevivir quedan sentimientos encontrados, por un lado estarán aquellos que luego de ser rescatados de entre los escombros sentirán emociones de volver a nacer. Pero también estarán aquellos que lo perdieron todo, familiares, amigos, trabajo, etc., ellos experimentaran un sentimiento de culpa y abandono a niveles considerables, agrega.
En todo caso, Toro manifiesta que el elemento más crítico está en que por la naturaleza de esta clase de eventos las personas no pueden vivir una etapa de duelo ante las múltiples pérdidas que un terremoto, por ejemplo, deja a su paso. Desde la muerte de familiares o seres queridos hasta el deterioro irreparable de viviendas o negocios deben ser asimilados de un momento a otro por la necesidad de buscar seguridad en un ambiente que aún se mantiene en zozobra.
Es decir, para la profesional las personas no estarán tranquilas hasta cuando las alertas se hayan eliminado en sus sectores, los cuerpos hayan sido recuperados y mantengan un lugar seguro con dotaciones alimenticias apropiadas y el apoyo psicológico adecuado para restablecer su vida de forma paulatina.
Pese a ello, el colectivo social muestra valores y criterios que permitirán aportar y acoger a las personas que están padeciendo tales adversidades. Según Arteaga, las dificultades también resaltan los sentimientos de sinergia, hermandad y apoyo entre las personas. Toro es más contundente y sostiene que la unidad y la solidaridad no deben verse como un acto de buensamaritanismo sino como la única posibilidad de superar el dolor de una tragedia.