El 90 % de las iguanas marinas desapareció de Galápagos. Igual ocurrió con el 50% de lobos marinos y de cormoranes no voladores. Las focas perdieron a casi todas sus crías y desaparecieron colonias enteras de corales. Estas fueron las secuelas de los fenómenos de El Niño que golpearon al Ecuador en 1982 y en 1998. Los datos están publicados en un informe del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).
En el planeta se comienza a hablar nuevamente de este fenómeno natural. Un informe difundido esta semana por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) revela que existen “posibilidades bastante grandes de que otro Niño se produzca hacia el final del segundo trimestre de este año”.
El oceanógrafo Miguel Lara explica que los eventos de El Niño incrementan la temperatura del agua. Con ello, se reducen los productos básicos del mar, como las algas, corales, etc., que sirven de comida para los peces pequeños. Estos, a su vez, son el alimento de otros animales más grandes.
Todas las especies que se nutren del mar se ven amenazadas. Esto incluye a las poblaciones de aves marinas nativas y endémicass como los pingüinos. La población de estos, durante los años en que se presentó el evento climatológico, disminuyó en un 75%. Y hasta la actualidad no logra reponerse.
“El incremento de la frecuencia de El Niño puede suponer que no haya tiempo suficiente para que las especies afectadas se recuperen, lo que puede llevar no solo a que sus poblaciones lleguen a números muy bajos sino posiblemente a la extinción”, dijo Gustavo Jiménez, veterinario de la Fundación Charles Darwin, que ha monitoreado los efectos de la anomalía desde los años 80.
Después de cada fenómeno natural, que puede presentarse cada dos u ocho años, las especies tardan entre 15 y 30 años en recuperarse. Y de esa manera, se restablece el equilibrio entre la natalidad y la mortalidad.
En un comunicado, el Instituto Oceanográfico de la Armada (Inocar) aseguró que las condiciones climáticas que se presentan en el mar no se han alterado en el Ecuador.
De allí que entre los investigadores aún recuerdan más secuelas desde 1982. Datos de la Dirección del Parque Nacional Galápagos (DPNG) agregan que especies de reptiles, como la iguana marina, murieron de hambre. Esto por que las algas de las que se alimentan desaparecieron temporalmente. “En el tiempo en el que se presentó este fenómeno, las iguanas adelgazaron y perdieron hasta cinco centímetros de altura”, indicó Judith Denkinger, bióloga e investigadora del Instituto de Ciencias del Mar de la Univ. San Francisco de Quito.
En el caso de los lobos marinos, las más afectadas fueron las crías, ya que sus madres se distanciaron por mucho tiempo para alimentarse de peces pelágicos que se alejan por la corriente cálida.
Raúl Mejía es coordinador del Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inamhi) y asegura que “si el calentamiento del océano supera uno o dos grados centígrados, el evento puede ser fuerte. Pero si es débil, los impactos no serán de magnitud”.
En el caso de las especies terrestres como las tortugas, Eduardo Espinosa, técnico de investigación marina de la Dirección del Parque Nacional Galápagos (DPNG), indicó ayer que incluso se pueden perder algunas colonias de anidación por exceso de agua. Esto no solo sucedería en Galápagos. El impacto sería a lo largo del perfil costero del país.
Pero no todo es malo. Según este técnico, el evento natural aumenta la producción de hierba para el consumo de las tortugas adultas. La investigadora Denkinger agrega que la posibilidad de que un nuevo fenómeno impacte con fuerza las islas durante ese tiempo de recuperación “es muy grande, lo que significa que la población va hacia la extinción”.
Ahora, la DPNG mantiene monitoreos y censos de las especies afectadas. El objetivo es determinar el nivel de riesgo que tienen los animales en caso de un nuevo fenómeno.
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