Parte de la lista difundida por Estados Unidos en abril de 1942. Foto: Ilustración: Pablo Parra / El Comercio
Durante la década del treinta y principios de la del cuarenta, y por múltiples motivos, Ecuador se convirtió en una plataforma cada vez más segura para la actuación de representantes de los países totalitarios. Agentes, espías, empresarios, intelectuales y diplomáticos nazis, pero también fascistas, franquistas y hasta de la Francia de Vichy, convivían con las élites políticas y económicas locales y aprovechaban para promover los valores de la reacción y las ideologías totalitarias.
Si bien por lo general se mantuvieron en las sombras o actuaron sigilosamente, hubo en cambio un espía que gozó de un inusitado poder y de una gran capacidad de persuasión, a punto tal que, según el FBI, llegó a ser considerado como “el agente nazi más peligroso e influyente en Ecuador”.
Erwin Hauptmann había nacido en Viena a fines del siglo XIX. Había combatido en la Primera Guerra Mundial y llegó a ser un Oberleutnant (Teniente Primero) en la fuerza aérea austro-húngara, destacándose como un piloto de combate en la unidad aérea Flik 34/D, que tuvo una activa participación en el frente italiano a partir de 1916, sobre todo, en las llamadas batallas de Isonzo. Hauptmann llegó al país en 1931 y, para no revelar su pasado, asumió un nombre exótico, poco común, como era el del “Dr. Alfredo Enrique Cuhne”. Según el ministro de la legación estadounidense, se trataba de una persona “de complexión media, cinco pies ocho pulgadas de altura, rubio, ojos azules, tez pálida, nariz aguileña, de amplia frente y barbilla puntiaguda”.
Cuhne comenzó a construir su propio personaje, seguramente en estrecha vinculación con la embajada alemana. Gracias a sus supuestos conocimientos en agricultura y crianza de cerdos, se convirtió en administrador de una hacienda en Guayaquil. Poco después se presentó como un médico experto en enfermedades tropicales: pese a no tener ningún reconocimiento oficial en la materia, se ganó la confianza de la comunidad médica, en tanto que los sectores populares lo empezaron a tratar como un auténtico sabio. Entre 1933 y 1934 obtuvo además la fama de benefactor al distribuir gratuitamente medicinas en Cuenca y en comunidades cercanas, por lo que llegó a adentrarse en pueblos del Oriente de difícil acceso.
Recién en 1935 Cuhne fue a Quito para presentarse ante Federico Páez, quien desde el 26 de septiembre ejercía la Presidencia de la República como “Encargado del Mando Supremo”. Cuhne le aseguró al presidente que él era un experto militar y se ofreció para trazar un mapa estratégico en torno a la disputa limítrofe con el Perú. El oficial austríaco llegó incluso a brindar sus servicios de manera desinteresada y gratuita. Una vez realizado este relevamiento cartográfico, el presidente Páez se convenció de la importancia de contar con un estratega de este nivel en su círculo íntimo. Pero obviamente, no todo el alto mando militar se mostró tan bienintencionado hacia aquel extranjero que despertaba recelos y desconfianzas.
Debido a la supuesta experiencia de Cuhne como detective en Austria (existían versiones de que incluso había sido el jefe de la agencia de detectives de Viena), Federico Páez le solicitó que replicara dicha experiencia en el contexto ecuatoriano. Nació así la policía secreta del gobierno, directamente reportada al presidente, y en la que su principal inspirador actuó como responsable directo de la vigilancia hacia enemigos y dirigentes opositores.
Pero la impronta de Cuhne también se haría visible en una buena cantidad de iniciativas llevadas adelante por el Gobierno. Así, habría sido el autor intelectual de la Ley de Seguridad Social, por la que se suprimió la libertad de reunión y de prensa, y se persiguió, encarceló y desterró a los dirigentes sindicales y de izquierda. También se promulgó la Ley Orgánica del Trabajo, que, entre otras medidas, reguló el derecho a huelga, se puso en marcha la escuela de aviación civil y se instauró el servicio militar obligatorio. Como retribución, al espía nazi se le proporcionó un uso irrestricto de las arcas públicas y se le concedió una extensión de tierra cerca de Baños, que luego sería utilizada como plantación de caña de azúcar.
Sin embargo, el derrocamiento de Federico Páez el 23 de octubre de 1937 significaría para Cuhne un cambio radical en su situación. Uno de sus antiguos enemigos políticos, Alberto Enríquez Gallo, devenido ahora en el nuevo presidente, lo hizo arrestar bajo la acusación de tratarse de un espía peruano. Su proceso judicial fue un show mediático para la época y el austríaco terminó encarcelado en la penitenciaría de Quito por un año. Pero durante su estancia en la cárcel, una vez más sacó a relucir su personalidad persuasiva y seductora en una sorprendente relación de amistad con el director del penal. Finalmente, y transcurrido un año, Cuhne abandonó la penitenciaría con una carta de recomendación dirigida al Ministro de Gobierno.
Las actividades posteriores del agente austríaco son poco conocidas, aunque es muy probable que durante los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial haya estado concentrado en sus labores de espionaje para el gobierno alemán a partir de sus labores en la empresa aérea alemana Sedta y, especialmente, como traductor y responsable de prensa de la embajada alemana. En este sentido, y desde sus días en el círculo íntimo del expresidente Federico Páez, conservaba una importante red de contactos en la clase política ecuatoriana, y sus relaciones incluían también a personal diplomático de la Cancillería e incluso a miembros del Congreso ecuatoriano. Por su parte, el gobierno alemán le recompensó por sus servicios confiriéndole el reconocimiento como “As de la Aviación” debido a su actuación en la Gran Guerra. Ante las crecientes sospechas, sus enemigos trataron de expulsarlo del país, pero Cuhne resistió incólume, a punto tal que en una ocasión el mismo director de inmigración resultó despedido por intentar la deportación del espía nazi.
Los últimos tiempos de Cuhne en Ecuador fueron de un notable bajo perfil. Así, pasó los seis meses finales de su estancia en el país exiliado en el pueblo de Maldonado, en el límite con Colombia, donde además llegó a sufrir de malaria. Su suerte se acabaría en diciembre de 1941, cuando se hizo efectivo el alineamiento del Ecuador hacia los Estados Unidos en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.
En abril de 1942 su nombre apareció en la “Lista negra” de adherentes al nazismo, en tanto que el 17 de abril de ese mismo año fue forzado a abandonar el país en el S.S. Acadia, junto a un centenar de otros agentes del Eje, con rumbo a los Estados Unidos.
El último registro sobre el enigmático Dr. Cuhne lo encontramos en España, todavía en tiempos de la guerra, y seguramente como resultado de un intercambio de detenidos entre aliados y alemanes. Bajo la nueva identidad de Dr. Holzer formó parte de la red de espionaje montada por los nazis en el norte de España, con apoyo del gobierno de Franco. El recorrido del “agente nazi más peligroso e influyente en Ecuador” se pierde, luego, en la niebla de la historia.
*Licenciado en Ciencia Política. Profesor, investigador.