El documental ‘Kawsashpalla, mientras estemos vivos’ muestra el sincretismo del pueblo saraguro. La cinta está dirigida por Jennifer Zambrano. Foto: Cortesía Franklin Navarro
El hilo conductor es la historia de María Gabriela Albuja, una quiteña que se enamoró y se casó con un saraguro, que adoptó la vestimenta y las costumbres del pueblo indígena, y quien cría a sus hijos en esa tradición.
Albuja y su esposo, José María Vacacela, son los personajes principales del documental ‘Kawsashpalla, mientras estemos vivos’, que muestra cómo este pueblo guarda sus costumbres, pero también cómo se relaciona de forma simbiótica con lo mestizo.
El audiovisual hace parte de la tercera edición de la muestra ‘Identidad, retratos en documentales’, seis trabajos producidos por estudiantes de último año de Comunicación Social de la Universidad Católica de Guayaquil.
El rostro humano de distintos oficios, culturas y memorias que llevan consigo la esencia de algún poblado y que constituyen el símbolo de un patrimonio hacen parte de las temáticas abordadas.
Los trabajos, que tenían previsto estrenarse la noche de este jueves en la Universidad, descubren la esencia de poblados como el cantón Saraguro, en la provincia de Loja.
Y le ponen rostro a oficios como el de los alfareros de Cuenca (‘Alma de alfarero’) o los constructores de navíos en Manta (‘Maestros de Tarqui’).
Las piezas revelan el ingenio, la pasión y el legado de sus protagonistas que trabajan con lo que les ofrece el entorno.
‘Kawsashpalla, mientras estemos vivos’ es un testimonio sobre la convivencia de la cosmovisión ancestral andina con las creencias y los ritos católicos, según explicó Jennifer Zambrano, directora del audiovisual de 13 minutos.
“Conocemos a los saraguros por el sombrero de dos colores, blanco y negro, los ponchos y el pantalón de tres cuartos o por los collares en las mujeres, buscábamos ir más allá y encontramos una historia de mestizaje”, dijo Zambrano.
Además de esa familia mestiza, que usa la vestimenta indígena completa en celebraciones y ocasiones especiales, el documental también cuenta cómo se relacionan las fiestas precolombinas con las de la tradición católica.
Y cómo conviven por ejemplo el Corpus Christi con el Inti Raymi, señala la directora. Entre las poblaciones abordadas en esta edición está Gualaquiza, en el oriente ecuatoriano, retratada en el audiovisual ‘1995: Las huellas de la Guerra’, sobre las cicatrices que dejó en dos familias la Guerra del Cenepa.
Un ejercicio de memoria plantea también un quinto trabajo sobre el incendio del 5 de diciembre de 1997 en el sector comercial de La Bahía, en Guayaquil. En busca de una mejor calidad fotográfica, en la producción se usaron hasta cuatro tipos de cámaras de última tecnología, música original y drones.
Desde el 2014, la muestra es organizada por los estudiantes de Comunicación que cursan las materias de Taller de Televisión y Multimedia Journalism, a cargo del productor y periodista Allen Panchana.
‘A la otra orilla’ cuenta la relación de la población afroecuatoriana de la Isla Trinitaria con el estero, en un sector populoso del sur de Guayaquil.
El documental parte de la historia de Pastor Caicedo, un canoero que trabaja transportando pasajeros entre la cooperativa Nigeria y Esmeraldas Chiquito.
Atravesar el estero en canoa toma unos cinco minutos gracias a remeros como Caicedo, pero esos USD 0,25 les ahorra a los usuarios tiempo y hasta tres pasajes de transporte terrestre.
“A pesar del avance del siglo XXI y de estar insertos en una de las ciudades más grandes del país, la gente sigue usando la canoa para cruzar de un lado a otro”, cuenta Moisés Valencia, director de la pieza de 13 minutos.
“La ciudad ha olvidado al estero como medio de transporte. Pero el estero sigue allí y es parte de la identidad del guayaquileño”, agregó Valencia, quien dirigió un equipo conformado por seis de sus compañeros.