‘Mi amigo el dragón’ revive un clásico de los estudios Disney, donde la fantasía será parte de una historia humana y emotiva. Foto: Captura
Los estudios Disney le quitan el polvo a la historia de ‘Mi amigo el dragón’, una de sus películas clásicas de los años 70, que llega renovada a las carteleras desde este sábado 17 de agosto de 2016.
Esta nueva producción conserva la idea original sobre la amistad entre un niño y un dragón, aunque el simpático dibujo animado de cuerpo verde y pelo púrpura de la cinta original se convierte aquí en una sofisticada imagen generada por computadora.
Imágenes que interactúan con actores reales, en un entorno muy natural, donde la realidad y la fantasía conviven armónicamente, en una historia que visual y narrativamente no pretende arraigarse en una época específica.
Además de dejar de lado los números musicales, la nueva historia de Pete y el dragón cambia el humor de su antecesora por un tono más emotivo y dramático. Relato que despega a partir de un inesperado momento, que tiene la capacidad de cambiar por completo una vida, de por sí, impredecible.
Esa es la primera lección que debe enfrentar Pete, quien tras un incidente pierde a su familia y se queda solo a merced de un mundo desconocido y amenazante, en un oscuro y tupido bosque, donde un ser que parecía existir únicamente en leyendas orales lo salva de una muerte inminente.
Se trata de un dragón de apariencia imponente pero con la actitud de un cachorro al que Pete bautiza con el nombre de Elliot y que en los siguientes años se convertirá en su amigo y protector, con quien aprenderá a adaptarse a un ambiente salvaje para sobrevivir.
En el entorno de Pete y el dragón, las fronteras se estrechan cada vez más frente al avance de la civilización. En ese contexto de reflexión ecológica empiezan a revelarse una serie de historias que a lo largo de la cinta plantearán inquietudes sobre el sentido de pertenencia, el afecto, la lealtad y la familia. Mensajes que estarán a la altura del público más joven
Pete no deja de ser el puntal narrativo dejando que Oakes Fegley brille con luz propia en una interpretación en la que logra capturar la inocencia y emotividad de la infancia, en un relato que impulsa la imaginación a partir de su propio realismo mágico.