La Diablada, inmortalizada en un museo

En el museo se exhiben 40 caretas y máscaras de la Diablada desde hace 70 años.

En el museo se exhiben 40 caretas y máscaras de la Diablada desde hace 70 años.

En el museo se exhiben 40 caretas y máscaras de la Diablada desde hace 70 años. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

En enero el diablo es el personaje principal de la fiesta de Píllaro, en Tungurahua. Cientos de personas con máscaras y caretas estrafalarias se apoderan de las calles de esta ciudad para asustar y bailar al ritmo de las bandas de pueblo.

Esta celebración, con más de 150 años de historia, solo podía verse los primeros seis días de enero de cada año; en que se desarrolla la tradicional Diablada Pillareña. Luego del festejo los personajes desaparecían. Eso impedía que los turistas, que llegaban a este cantón en otras fechas del año, tuvieran un espacio cultural para aprender de la fiesta.

Hace seis meses, el investigador y promotor cultural, Italo Espín, abrió un espacio para conservar y dar a conocer distintos aspectos de la Diablada Pillareña, declarada en diciembre del 2008 por el Ministerio de Cultura como Patrimonio Cultural Inmaterial del Ecuador.

Espín efectuó durante 14 años una indagación a los taitas y mamas de las comunidades campesinas. Allí logró recoger la esencia de la fiesta, sus personajes y las máscaras del festejo. Con esos conocimientos armó la Casa Museo y el Centro Cultural El Pacto, localizado en el barrio Cochaló El Carmen, en el oriente de Píllaro.

El propósito del contenedor es que exista un lugar donde los visitantes conozcan, todo el año, sobre la tradición de la Diablada Pillareña. La historia, las caretas, las máscaras y su evolución en el tiempo. También, los personajes de la comparsa como los capariches, el chorizo, el cabecilla. Durante este proceso, el investigador logró recuperar a dos protagonistas importantes de la celebración: el oso y el cazador. “Estos personajes con el tiempo desaparecieron, pero con la investigación los recuperamos y pusimos en escena nuevamente”, asegura Espín.

En su muestra exhibe una colección de caretas desde 1950 hasta la actualidad. Es más, logró encontrarlas durante sus visitas a los más ancianos de las comunidades. Espín dice que en los inicios los disfrazados de diablo usaban las caretas (cubrían la cara), actualmente son máscaras que tapan más que el rostro y llevan grandes coronillas, cuernos... Las caretas que se elaboraban hace 70 años eran sencillas y muestran los rasgos característicos de lo que es diablo de Píllaro con cachos de venado, nariz aguileña, pómulos puntiagudos, colmillos entrecruzados y el mentón pronunciado.

Espín menciona que de acuerdo con los resultados de la indagación, en la actualidad los rasgos tradicionales de la careta se mantienen. En 1990 inició una transformación al comenzar a confeccionarse máscaras zoomorfas adaptándoles cuernos de toro o de cordero, pronunciados colmillos y mentones puntiagudos.

También, explica que la interculturalidad de la fiesta está en el aparecimiento de personajes como las ‘guarichas’, hombres disfrazados de mujeres que visten largos vestidos blancos con caretas para ocultar sus rostros; además de los capariches, el chorizo y el cabecilla.

Existen varias teorías del aparecimiento de la Diablada. Posiblemente se dio porque los hacendados y representantes de la iglesia permitían a los indígenas realizar fiestas en el Año Nuevo; y ellos se disfrazaban de diablos para burlarse de sus opresores.

Ese criterio lo comparte Germán Calvache, presidente de la Casa de la Cultura de Tungurahua. Para él, el trabajo investigativo de Espín es importante, aporta y recupera a personajes de esta comparsa. Además de que muestra la evolución de la Diablada, que estaba invisibilizada hasta los años 70, debido a que estaba ligada a los trabajadores de las haciendas. Pero luego salió a las calles buscando su espacio y apoderándose por un instante de la plaza principal, donde está el poder político del cantón.

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