Protesta contra el capitalismo, en la Cumbre del G20. Foto: Steffi Loos/ AFP
La globalización y la tecnología son capaces de crear multimillonarios jóvenes en pocos años. Basta ver las edades de los creadores de Google, Facebook, Twitter o Tumblr. Esta última se vendió hace cuatro años por USD 1 100 millones a Yahoo, cuando su propietario tenía 26 años.
El club de los nuevos multimillonarios vinculados a las empresas tecnológicas está acumulando mucha riqueza, pero la gran clase media no es partícipe de sus beneficios, lo cual está aumentando la desigualdad en el mundo.
Las empresas que tradicionalmente contratan al típico ciudadano de clase media están en problemas para competir con las nuevas tecnologías y muchas de ellas están desapareciendo. ¿Cuándo fue la última vez que alguien contrató los servicios de un agente de viajes?, preguntó Chrystia Freeland, ministra de Relaciones Exteriores de Canadá en el 2013, en un foro organizado por TED, una entidad sin fines de lucro que organiza conferencias para difundir ideas de gran impacto.
“Estamos viviendo en una era de creciente desigualdad de ingresos, entre quienes están en lo más alto de la pirámide y el resto del mundo”, dijo. Y si bien eso puede ser más frecuente en Estados Unidos, también se repite en Gran Bretaña, Rusia China, Canadá, o incluso en las democracias más acogedoras como Suecia, Finlandia o Alemania.
En la década de los 70, el 1% de la población se llevaba el 10% de la renta nacional en Estados Unidos. Cuatro décadas más tarde, su participación se había duplicado al 20%. Pero lo más inquietante fue que los ultramillonarios, aquellos que representaban la décima parte del 1% de la población, ya se llevaban el 8% de la renta.
La globalización y el desarrollo tecnológico tienen múltiples beneficios: ha sacado de la pobreza a millones de personas en el mundo y ha hecho la vida más fácil para mucha gente. Sus creadores tienen el derecho de sacar provecho de su esfuerzo intelectual, de su capacidad de innovar y de emprender. Sin embargo, es necesario impulsar acciones para que los beneficios se distribuyan entre más personas.
Aunque las empresas tecnología llevan relativamente poco tiempo en el mercado, la globalización las ha convertido rápidamente en multinacionales. Y cuando se alcanza ese tamaño, estas compañías se aprovechan de los sistemas fiscales en los países para pagar lo menos posible de impuestos. No en vano la Unión Europea tiene en la mira a Google, Amazon, Facebook , etc.
En España, por ejemplo, el diario El País publicó en el 2014 que las filiales de Apple, Google, Amazon, Facebook, eBay, Microsoft y Yahoo trasladan el grueso de su facturación a países donde la tributación es más baja. Eso les permite aumentar sus ingresos y sus ganancias sin caer en una ilegalidad.
Lo mismo hacen otras multinacionales vinculadas a cualquier actividad: energía, finanzas, manufactura, etc., aunque este tipo de acciones contribuyan a concentrar la riqueza y aumentar la desigualdad.
Este es uno de los grandes problemas económicos en la actualidad, el cual no se resuelve con medidas económicas sino con decisiones políticas. Pero en las últimas décadas esas decisiones han quedado en manos de las personas más ricas del planeta, aquellas que representan el 1% de la población. A la hora tomar decisiones, este grupo ha privilegiado sus intereses y eso ha permitido que aumente la brecha entre ricos y pobres. Eso es un peligro global, incluso para la supervivencia del propio 1%.
Hablar sobre la desigualdad y los problemas que ella genera se puso de moda hace más de una década, pero ganó importancia luego de la crisis financiera del 2008.
Hay personalidades que vienen advirtiendo sobre el peligro de esta diferencia entre ricos y pobres. Uno de ellos es Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, quien en su reciente publicación, La Gran Brecha (2015), explica cómo funcionan las élites, es decir, el 1% de la población más rica del mundo. Ella se mueve entre la política y la economía y termina haciendo del capitalismo un sistema de “pacotilla”.
Sin embargo, según Stiglitz, ese 1% empieza a ser consciente de la imposibilidad de lograr un crecimiento económico sostenido si los ingresos de la inmensa mayoría de la población están estancados.
Stiglitz muestra los problemas estructurales en Estados Unidos, cuyo modelo ha sido replicado por varios países alrededor del mundo. También muestra aquellas economías que pueden dar lecciones a los propios estadounidenses para reducir las brechas entre ricos y pobres. Entre ellos están Singapur o Japón, que tienen mejores planes para proteger a los sectores más vulnerables -niños o ancianos-. Pero en todos esos casos, la regla que aplican los países para crecer es “girar hacia la izquierda”, ya que los mercados no se manejan solos. Si la desigualdad en el mundo está aumentando es porque quienes dirigen esos países han tomado esa decisión. “La desigualdad es una opción”.
Este aumento de la desigualdad en el mundo es un tema preocupa cada vez más a instituciones como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico. El 10 de julio pasado, en la cumbre del Grupo de los Veinte (G-20), en Hamburgo, Alemania, la directora del FMI, Christine Lagarde, instó por primera vez a tomar medidas para afianzar el crecimiento mundial y desarrollar economías inclusivas.
Lo mismo hizo la OCDE, que consideró a la inclusión como prioridad, junto con la productividad y el empleo para que las ganancias se distribuyan ampliamente entre la población.
La presión de una inmensa clase media pudiera tener eco en estas instituciones, pero la decisión final estará en la élite política, acaso en ese 1%.