Mientras atienden, a través de las ventanillas, concentran sus miradas en cada uno de los dedos del usuario.
Los hurgan de un lado a otro hasta descifrar los rasgos dactilares que caracterizan a una persona. Apenas lo consiguen, anotan números y vocales en un pedazo de papel. Son los códigos con los cuales se registra la identidad dactilar de cada persona.
Ellos son los tradicionales dactiloscopistas. En el país son alrededor de 220 especialistas, entre peritos y ayudantes. Diez de estos peritos están en Pichincha.Su particular misión es descifrar los casi imperceptibles rasgos que surcan las yemas de los dedos. Este constituye uno de los mecanismos para determinar la identidad de quienes acuden al Registro Civil para obtener una cédula de identidad.
No obstante, este particular oficio está en camino de ser archivado para siempre. Pues en la actualidad empiezan a ser desplazados por los dactiloscopios digitales.
Los escáneres simplifican la tarea. Con ellos, solo basta que una persona coloque sus dedos sobre un sensor. Apenas se enciende una luz verde fosforescente quedan registradas las huellas en el sistema computarizado.
Así, estos personajes caracterizados por su particular experticia ya no resultan imprescindibles, aunque todavía están activos en las dos oficinas céntricas de Quito y en provincias, adonde la tecnología aún no arriba.
El uso del sistema digital empezó como parte del proceso de modificaciones en que se ha embarcado el Registro Civil.
Uno de ellos es Rafael Silva, quien ejerció esta tarea durante 26 de sus 44 años. Era común encontrarlo en el Registro Civil de Turubamba, en el sur de Quito, atareado en la lectura de cientos de manos en el afán de identificar las huellas dactilares.
Con algo de nostalgia, Silva recuerda que el 8 de abril de 1984 lo contrataron como ayudante de Archivo Dactilar. En ese entonces, hacía impresiones de los 10 dedos, untados con tinta.
Su acuciosidad, luego reforzada con cursos de capacitación, le permitió aprender y dominar los secretos de la dactiloscopia.
Recuerda que Jorge Pazmiño fue su primer maestro. Pero que más aprendió de Fausto Salvador, quien hace un año y medio se retiró, tras la venta de su renuncia.
Hasta que Silva se convirtió en uno de los referentes. Incluso cumplió las funciones de dactiloscopista 1 y 2 de Archivo y jefe de Brigada de Cedulación.
A Silva este oficio le demandó un proceso largo de aprendizaje. Al principio le tomaba hasta tres minutos leer los dedos de cada mano. Ahora, un minuto.
Silva, al igual que a sus compañeros de oficio, aprendió una serie de particularidades que debía considerar antes de asignar un código de identidad. Por ejemplo, que las huellas dactilares de cada persona son únicas. E incluso que los gemelos idénticos tienen huellas distintas, aunque estas presenten rasgos similares. Ese aspecto se resalta en la publicación Lofoscopia Dactilar.
Para identificar esas diferencias, dice, debió someter a sus ojos a un sostenido esfuerzo, que en la actualidad le pasa factura. Ahora, aunque aparenta normalidad, Silva empezó a sufrir el desprendimiento de la retina de sus ojos. Una degeneración ocular de ese tipo afectó a Pazmiño, quien se jubiló en 1992.
Aún así, Silva se considera satisfecho de haber ejercido este oficio. No solo porque permitió registrar la identidad de una persona en el Registro Civil, sino también porque su destreza ayudó a reconocer a un fallecido o a un acusado de algún delito.
Ahora que deja este trabajo de 26 años, su aspiración es ejercer la abogacía. En cambio, la mayoría de sus compañeros serán reubicados en otros departamentos porque la modernización y la tecnología se abren paso.