Su pintura se refiere a historia, política, humor y migración. Ha abierto 15 exposiciones individuales en Ecuador, Cuba, Alemania, España y EE.UU.
Foto: Mario faustos / El comercio
Los desarraigados comparten la experiencia de sentirse divididos entre su tierra de origen y su lugar de llegada, un perenne tránsito emocional entre el aquí y el allá. Saidel Brito Lorenzo cambió el lugar de esa enunciación en una de sus exposiciones: ‘Ni de allá ni de aquí’. El artista y docente cubano-ecuatoriano ha indagado en la geopolítica y la migración, como sucede en una de sus series más reconocidas en la que jugó con la superposición de imágenes de diferentes momentos históricos.
¿En un primer acercamiento, el desarraigo sería un extrañamiento que experimenta quien se aleja de sus raíces, de su país?
Me lleva también a pensar la definición sobre país, va de la mano. O sea, a qué estás arraigado. Hay una cita que se le atribuye a (Jorge Luis) Borges, que afirma que todos somos griegos en el exilio, en el destierro. Y en efecto todos pertenecemos a muchos lugares y todos somos exiliados, desarraigados, de una u otra manera.
¿El traslado del campo o del pueblo a la ciudad puede entenderse también como un desarraigo?
Exacto. Y somos de ningún lado, un poco. El hombre tiene una condición peregrina y a veces, por desgracia, nos quedamos en el mismo lugar.
¿El proceso de desarraigarse plantea también una oportunidad?
Para el artista yo creo que es fundamental, el desarraigarte entre comillas, hablo desde mi propia experiencia. El artista necesita peregrinar, confrontar otras realidades e incluso producir en contextos donde no esté garantizada la dictadura del significante, o sea hablar de algo para lo cual hay una comprensión inmediata.
¿Te pone en otra posición como artista?
Es un reto creativo extraordinario, yo creo que imprescindible para que una obra al final alcance una connotación universal, porque el artista -el hombre- de alguna forma debería ser una ciudadano del mundo, abriendo los horizontes físicos y mentales.
Ahora, por lo general el desarraigo se produce cuando el sujeto es forzado a abandonar su hogar por realidades políticas, guerras o hambrunas…
Obviamente que detrás de la migración hay experiencias de distinta naturaleza. Hoy, en América Latina hay procesos migratorios muy traumáticos y los vemos en los semáforos, pero si analizamos incluso antropológica y etnográficamente nuestra realidad y nos damos un paseo por la Península de Santa Elena ,te vas a topar con ciertos rasgos asiáticos, personas que hace miles de años recorrieron cientos de miles de kilómetros hasta establecerse en esas tierras, son peregrinos. Son desarraigados que están en nuestro ADN.
Hablando de esos inmigrantes en los semáforos, ¿cómo ve la realidad de losvenezolanos?
Lo de Venezuela es dramático, porque era un país de inmigrantes. (Marcos) Pérez Jiménez sacaba pecho porque él había importado europeos para mejorar la raza en Venezuela, eso fue una política de Estado. Es decir, venía gente del mundo a satisfacer una necesidad política de un dictador en Venezuela, con la intención de mejorar la raza, mira tú, por eso quizás hay una industria de la belleza en Venezuela tan potente y por eso distingues a quien te vende un jugo en una esquina, estéticamente esa persona está en otra correlación con el contexto.
¿Las desgarraduras son grandes cuando se emigra en esas circunstancias?
Es duro que hoy en Maracaibo tengas que hacer una cola de 700 personas delante de ti para poner gasolina, cuando debajo de esa tierra están las mayores reservas petroleras del mundo, eso es dramático. Y que esa gasolina que te van a poner después de 700 personas cuesta menos que el agua que te tomas para satisfacer la sed en llegar a la bomba de gasolina, eso es absurdo e irracional. Pero bueno, el siglo 20 tiene demasiados testimonios de irracionalidad.
¿Será que mientras más patriótico o nacionalista se sienta un pueblo, más dramático es el proceso de arraigarte a otro lugar?
Hay que distinguir el patriotismo del nacionalismo, creo que hace mucho tiempo que ya no necesitamos una patria, necesitamos una matria, un lugar que nos reciba con el calor de la hoguera. La patria tiene una temperatura muy baja, la patria es un discurso frío, es un discurso romántico. Esa condición romántica está arrastrada hoy hasta los discursos más perversos. Lo peor que ha ocurrido en el mundo en más de 100 años ha estado sustentado en la retórica de la patria.
Parece que muchos venezolanos tienen un sentimiento nacionalista a flor de piel, en Guayaquil ponen su bandera afuera de su casa. ¿Es más difícil lidiar así con el desarraigo ?
Me he preguntado sobre esto, pero intento comprenderlo semióticamente, ¿cómo es posible que producto de ese discurso estén cruzando fronteras y sigan enarbolando la bandera y la gorra? Quizás no haya plena conciencia de que portar extrovertidamente estos símbolos patrios sea producto de la implementación de esos discursos nacionalistas. La implementación de estos discursos genera como consecuencia esos hábitos, esa exteriorizaron. O sea, es una prolongación de un uso fallido, errático, de la retórica patria.
Ahora conoce las bondades del peregrinaje, pero, ¿cuándo salió de Cuba?
La experiencia personal fue dura en un inicio, pero la asumí desde la creación y fue llevadera porque fueron siempre exilios blandos, desplazamientos deseados por temas profesionales, circunstancias muy distintas de las que hoy podemos ver en Guayaquil con los exiliados venezolanos. El primer desplazamiento fue a Alemania, con una cultura diferente y con un clima distinto, pero me reencontré con mi ADN de Dusseldorf (sonríe). Siempre he sido más bien ordenado y disciplinado, fue un encuentro enriquecedor, sobre todo porque fui a una residencia artística a producir obra nueva. Y al propio extrañamiento le tuve que encontrar una salida en mi obra.
¿De alguna forma volcó esos sentimientos al arte?
Tenía que producir para inaugurar una obra en un contexto como ese. Trabajé con la liquidez del tiempo y la superposición de los momentos históricos, a partir de referentes de 100 años atrás. Luego de eso he andado. Y anduve tanto hasta que llegué a Guayaquil y es donde más me he re-arraigado, es donde más tiempo he vivido. Yo llevo en Ecuador 21 años y salí de Cuba a los 22.
¿Allí donde se llega es posible comenzar a apreciar otros valores?
Esa es la manera en la cual te enriqueces del sitio por donde estés pasando. Y debería ser la misma actitud cuando te desplazas en un mismo país, estar abierto a la comprensión de la historia, las costumbres, las problemáticas, las lógicas de ese contexto. La llegada de los hijos jugó un papel importante en el proceso de arraigarme. Tengo tres hijos alimentándose, creciendo, pensando aquí, entonces de aquí yo soy. Al final uno es del lugar donde comen sus hijos.
¿Al desarraigarse se vuelve uno más crítico con el lugar de origen?
Te da perspectiva sí, no sé si la palabra sea más crítico, te vuelve más exigente, sí. Pero al mismo tiempo la distancia te da en algunas cosas mayor sentido de pertenencia. Hay cosas que valoras más, las entiendes más, y por ende se incrementa la empatía. Y ahí es que hay más exigencia, hay más comprensión de eso que dejaste, se recicla la empatía y afectivamente vas valorando, recordando, preservando aquello que es más significativo. Obviamente pasa también por la edad en la que eso te ocurre o lo que encuentras en los nuevos lugares.
Una cultura de la hospitalidad le puede brindar a los desarraigados la posibilidad de hallar un lugar de acogida. Ecuador solía ser hospitalario. ¿Qué tanto cree que ha cambiado eso?
Ecuador es muy generoso en general, la naturaleza es generosa e incluso esa generosidad puede que nos juegue en contra, quizás difícilmente vayamos a estar a niveles económicos o tecnológicos como en los países de punta, porque no tenemos que hacer demasiado esfuerzo para vivir medianamente bien. No tenemos inviernos crudos, no cultivamos la cultura del ahorro, para sobrevivir a ese invierno. Al mismo tiempo Guayaquil y la región Costa es extremadamente generosa, una región que por décadas y siglos ha ido recibiendo a personas que vienen de todos lados, y no es casual que la ruta de los peregrinos de nuestra prehistoria tuvo sus primeros asentamientos en la Península de Santa Elena. No es casual que esas personas que venían buscando un sitio y caminaron miles y miles de kilómetros en condiciones inhóspitas decidieron descansar aquí. La Costa es el extremo de lo generoso que ya Ecuador es.