La danza afro tiene sus aliados en la capital de Imbabura

La bomba y la marimba se bailan en las aulas. Foto: Francisco Espinoza/PARA EL COMERCIO

La bomba y la marimba se bailan en las aulas. Foto: Francisco Espinoza/PARA EL COMERCIO

La bomba y la marimba se bailan en las aulas. Foto: Francisco Espinoza/PARA EL COMERCIO

Los ritmos afroecuatorianos bomba y marimba conviven en el aula. De su puesta en escena se encargan 22 estudiantes de la Universidad Técnica del Norte (UTN), de Ibarra, en Imbabura.

Los bailarines del Grupo de Danza Afro UTN, oriundos de poblados de Imbabura y Esmeraldas, cursan diferentes carreras universitarias.

En los salones de este centro de educación superior el género musical tradicional del valle del Chota, que identifica a los afrodescendientes de la Sierra, se alterna con compases como la marimba, bambuco, andarele, torbellino, entre otros.

Sheyla Congo, nacida en Ibarra, hace 21 años, aprendió rápidamente los secretos de estas últimas danzas. Dos años antes, su especialidad era solo la bomba. “Siento emoción al bailar los dos ritmos –bomba y marimba–”, comenta mientras sonríe.

No es la primera vez que Congo, que cursa el quinto semestre de Contabilidad y Auditoría, irrumpe en la danza. Antes, incursionó en la agrupación urbana Ashe (Fuerza, en español), compuesta por seis bailarinas. Ahora, esta joven afrodescendiente alterna sus estudios con ensayos y presentaciones del conjunto universitario
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Otros, como Iván Cortés, de 23 años, heredaron el gusto por bailar de sus padres. Tiene 23 años y estudia ingeniería eléctrica. Cortés explica que su madre, Jackeline Reascos, que integró un conjunto de San Lorenzo, en el norte de Esmeraldas, fue su primera profesora.

La integración de la agrupación de la UTN, que sucedió hace cuatro años, renovó las manifestaciones dancísticas que se labran en esta casona universitaria, comenta Miguel Nazareno, instructor del grupo. Antes, las propuestas giraban en torno a bailes tradicionales indígenas y mestizos.

El grupo de danza afro inició con cuatro bailarines, tres hombres y una mujer. En apenas ocho días ya eran 15. Ahora son 22. Durante los ensayos, que se realizan cada martes y jueves, ponen en escena conocidas y nuevas propuestas.

La mayoría son investigaciones que Nazareno ha realizado en las dos provincias. Este esmeraldeño, de 33 años, recorrió comunas del valle del Chota y la cuenca del río Mira, localizadas entre Imbabura y Carchi, para conocer el paso tradicional.

Las bailarinas más experimentadas narraron que aprendieron a contonearse con los acordes de la banda mocha, como se conoce a los intérpretes que utilizan instrumentos musicales fabricados con materiales naturales de la zona.

Pero, quizá lo más característico, señala Nazareno, es la destreza para danzar con una botella –o una batea llena de frutas– que sostienen sobre su cabeza. Un trabajo similar hizo en la ‘Provincia Verde’.

Los grupos de danza y música afro se han consolidado como una de las expresiones culturales de los afrodescendientes de la región norte del país, explica Iván Pabón, autor del libro Afrochoteñidad: la bomba, construcción y exponentes. “Al igual que los conjuntos de música bomba, casi en todas las comunidades hay grupos de danza, en algunas hay hasta tres”, comenta.

Esa tradición también se ha mudado a barrios populosos de la capital imbabureña. En Alpachaca (que significa Puente de Tierra), por ejemplo, la agrupación Curazao promueve esta danza tradicional y otras como salsa, merengue y bachata, entre 25 jóvenes de la localidad.

La mayoría de integrantes son mujeres. Hace dos años y cinco meses organizaron este conjunto como una alternativa cultural para los chicos, comenta Cecilia Anangonó, dirigente de la organización.

La mayoría de coreografías se nutre de propuestas de los propios bailarines. Por ahora, buscan que una entidad les patrocine, pues los gastos para trajes y traslados a presentaciones son costeados por la vía de la autogestión.

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