Apenas asimilado el hecho: que el poeta chileno Nicanor Parra recibió el jueves 1 de diciembre el Premio Cervantes, el crítico literario Ignacio Valente, también chileno, apuntó: “Vengo diciendo hace años que Nicanor Parra no obtendría nunca el Premio Nobel, y no por falta de mérito, sino porque lo impide la ronda geopolítica de ese galardón: Chile no puede ganarlo para tres poetas suyos en un lapso tan corto (ni Inglaterra podría). Por eso es tan grato que reciba otros premios de marca mayor, como el Cervantes”.
A sus 97 años, Parra sigue cumpliendo su palabra (al menos hasta hoy) de no conceder entrevistas porque “toda pregunta es una impertinencia, una agresión”; por eso fue su hija Colombina la que habló con la prensa para decir que él ya se enteró del premio y que “lo recibió tranquilo, me dijo que no lo creía en ese momento. A lo mejor todavía no lo cree “.Ç
Desde su casa de Las Cruces -un pueblo pequeño en la costa central chilena, el antipoeta ve pasar los días y sigue escribiendo todos los días. Con su mordacidad y la simplicidad tan características. No en vano se ganó ya hace más de medio siglo el mote de ‘antipoeta’. De alguna manera en oposición al tono ampuloso de Pablo Neruda, y de toda poesía que no reflejara el lenguaje popular. Fue así como erigió su antipoesía, en un intento por poetizar lo cotidiano, con las formas de la gente común.
Para Valente, “Parra, junto con Ernesto Cardenal pero más que él, ha dominado el panorama de la poesía de habla castellana desde mediados del siglo pasado.
La renovación de la antipoesía ha consistido en casi terminar con una poesía ‘poética’, poesía oscura que bajo su oscuridad solo ocultaba la insignificancia misma, y abrir paso a la claridad poética, que en su falta de ‘poesía’ (de palabras prestigiosas, de imágenes y sentimientos prestigiosos, tenidos por ‘poéticos’) revela cargas de significación más profundas y menos convencionales, y lo consigue en condiciones de máxima desnudez formal: en el lenguaje del hombre de la calle, del prosaísmo, del decir llano, del idioma de todos”.
Y mientras en la Feria del Libro de Guadalajara, los escritores Antonio Skármeta, Jorge Volpi o Almudena Grandes celebran la gloria terrenal de Parra, él sigue, como sin enterarse, tan campante, tan él, viendo pasar los días en su casa junto al mar…
Opinión
Ignacio Echevarría/ Columnista El Mercurio, GDA
Parra, por fin
Por fin. La verdad es que no pensé que llegaría este momento. Pero ha llegado, y en una hora bien oportuna, apenas unas semanas después de que empezara a distribuirse en las librerías españolas el segundo y último volumen de las ‘Obras completas’ de Nicanor Parra, el más grande, el más importante entre los poetas vivos de la lengua española, una afirmación a la que únicamente cabe oponer dos reservas: ¿Sólo entre los vivos? ¿Sólo de la lengua española? Ciertamente no.
Va siendo hora de afirmarlo con toda contundencia, amparados por el aval en el fondo anecdótico de este rezagadísimo Premio Cervantes: Nicanor Parra es uno de los más grandes, uno de los más importantes poetas de la tradición moderna, en cualquier lengua. Y escribo “moderna” porque su mayor hazaña viene a constituirla, probablemente, su acierto a la hora de explorar las vías a través de las cuales rescatar la palabra poética de los laberintos del Yo en que se introdujo a partir del romanticismo; el haberla reconciliado con la sustancia misma de la lengua compartida: el habla de la tribu, el venero intemporal del que se nutre la verdadera poesía, que, como Parra sabe bien, deja de pertenecer al poeta, de ser del poeta, en la medida en que viene a ser eso mismo, poesía verdadera.
La antipoesía de Parra recorre casi entero el siglo XX, pero solo para tomar carrerilla y lanzarse de lleno al siglo XXI, del que viene a ser el más veterano precursor, el poeta más venidero. Como dijo Roberto Bolaño, el mejor discípulo de Parra: “Sólo estoy seguro de una cosa con respecto a la poesía de Parra en este nuevo siglo: pervivirá”. Qué razón tenía.
La mujer imposible,
La mujer de dos metros de estatura,
La señora de mármol de Carrara
Que no fuma ni bebe,
La mujer que no quiere desnudarse
Por temor a quedar embarazada,
La vestal intocable
Que no quiere ser madre de familia,
La mujer que respira por la boca,
La mujer que camina
Virgen hacia la cámara nupcial
Pero que reacciona como hombre,
La que se desnudó por simpatía
Porque le encanta la música clásica
La pelirroja que se fue de bruces,
La que sólo se entrega por amor
La doncella que mira con un ojo,
La que sólo se deja poseer
En el diván, al borde del abismo,
La que odia los órganos sexuales,
La que se une sólo con su perro,
La mujer que se hace la dormida
(El marido la alumbra con un fósforo)
La mujer que se entrega porque sí
Porque la soledad, porque el olvido…
La que llegó doncella a la vejez,
La profesora miope,
La secretaria de gafas oscuras,
La señorita pálida de lentes
(Ella no quiere nada con el falo)
Todas estas walkirias
Todas estas matronas respetables
Con sus labios mayores y menores
Terminarán sacándome de quicio.
Solo de piano (1954)
Ya que la vida del hombre no es sino una acción a distancia,
Un poco de espuma que brilla en el interior de un vaso;
Ya que los árboles no son sino muebles que se agitan:
No son sino sillas y mesas en movimiento perpetuo;
Ya que nosotros mismos no somos más que seres
(Como el dios mismo no es otra cosa que dios)
Ya que no hablamos para
ser escuchados
Sino que para que los demás hablen
Y el eco es anterior a las voces que lo producen,
Ya que ni siquiera tenemos el consuelo de un caos
En el jardín que bosteza y que se llena de aire,
Un rompecabezas que es preciso resolver antes de morir
Para poder resucitar después
tranquilamente
Cuando se ha usado en exceso de la mujer;
Ya que también existe un cielo en el infierno,
Dejad que yo también haga algunas cosas:
Yo quiero hacer un ruido con los pies
Y quiero que mi alma encuentre su cuerpo.