Tenía 6 años. Y para entonces el violín era cosa ya decidida. Aunque su padre hubiera preferido verlo como un gran empresario, la música, por irónico que parezca, lo había ensordecido con su llamado a unirse a la legión de aquellos que viven del arte.
Jorge Saade ahora sonríe recordando esos tiempos. Al final, su apuesta por el violín dio frutos. Tiene 46 años, cuatro décadas de carrera. Ha interpretado su música en ciudades tan hermosas como Praga (República Checa) o tocado al pie de la tumba de Napoleón Bonaparte. Y todo gracias a su música.
¿Maestros? Saade ha tenido varios. Recuerda con entusiasmo a Lemmo Erendi, Andrey Podgormi y Elías Saafadi, quienes le enseñaron en el conservatorio Antonio Neumane.
“Ellos jugaron un papel importante. Yo inicié con clases privadas, con Fernando Jiménez, pero todos quienes me enseñaron aportaron en mi formación”.
Para este músico guayaquileño, existen cuatro claves para mantenerse y ser exitoso en la música: talento, preparación, un poco de carisma y suerte.
No es de los que se quejan por la falta de apoyo a los artistas nacionales. Desde su formación, indica, ha sido favorecido con el apoyo de entidades públicas. De hecho, se formó en el Conservatorio Antonio Neumane, que es mantenido por el Estado.
“Decir que no hay apoyo sería injusto. Sí hace falta más, pero yo he tenido la suerte de viajar y presentarme en el exterior gracias al apoyo de varias instituciones”, explica Saade, quien gracias al Ministerio de Cultura o el de Relaciones Exteriores, ha podido presentarse fuera.
Para él, las personas a veces nos quejamos por la falta de ayudas, pero tampoco las buscamos. Eso sí, añade, nunca estaría de más un poco de coordinación entre estas instituciones.
Saade es de hablar abierto, y dice que busca siempre dar lo mejor de sí mismo. Ahora luce rapado, mientras atiende en su oficina, ubicada en el centro de Guayaquil, donde un letrero lo presenta como el cónsul honorario de Bélgica.
El pasado 27 de noviembre ofreció un concierto para celebrar sus 40 años de carrera. Se realizó en el parque club Garza Roja, junto a los músicos Schubert Ganchozo y Julio Almeida.
El violinista es un perfeccionista. Es de las personas que nunca termina un concierto pensando “toqué como los dioses”. En eso se refleja su compromiso como artista.
Hay unos mejores que otros, indica, y añade que nunca ha salido 100 por ciento satisfecho de uno de los suyos. “Salgo reconociendo lo que creo que está bien y lo que está mal. La búsqueda del arte es la búsqueda de la perfección que nunca llegará”.
¿Malas experiencias de un concierto? Hasta ahora no, asegura. Y toca madera para que ese momento no llegue.
Eso sí. Experiencias para el recuerdo tiene muchas. No cualquiera se para en el mítico Carnegie Hall, en Nueva York; y mucho menos tres veces. Tampoco es común que un ecuatoriano toque en la biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
En aquella ocasión, sus manos supieron lo que es tener USD nueve millones entre ellas. Aquella noche usó un violín Guarnelius, fabricado en el siglo XVIII, de ese valor.
“El violín perteneció al famoso artista Fritz Kreisler. Además de esa, he tenido presentaciones en ciudades tan bellas como Praga, que para mí es la más linda de Europa”, indica.
Otro escenario que lo ha marcado vivamente son las ruinas de Di Marcello (Roma), un sitio construido en el año 25 a.C.
De los cuatro violines que posee, tiene uno favorito. Una hermosa pieza fabricada en Bologna, Italia, por Joannes Florenus Guidantus en 1734, que compró en una subasta de Internet.
Dice que es su favorito por su sonido. “Es potente, profundo y claro. Lo tengo desde hace un año y es el que ahora uso para mis conciertos y mis presentaciones”, señala Saade.
El próximo año cumplirá 20 años de matrimonio. De su vida familiar está orgulloso, aun cuando ninguna de sus tres hijas pareciera que seguirá sus pasos.
Para el 2011 ya tiene presentaciones confirmadas con la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, en La Habana; con la Sinfónica de Venezuela, en Caracas; entre otras actuaciones.
Es miembro del directorio de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil. Fuera de eso y su trabajo en el consulado, se dedica de lleno a su carrera musical.
Sobre el resurgimiento cultural de Guayaquil, mantiene una visión muy positiva. Optimista. “Desde hace algunos años hay más espacios de promoción, un mayor cariño por la ciudad”.
La identidad de un pueblo -recalca- no puede estar basada en su producción o geografía, sino basada en su cultura.
Este ha sido un año ajetreado para Saade. Cumplió 10 conciertos como solista junto a orquestas sinfónicas. Así y todo, no siente la carga. Es lo suyo.
Solo entre marzo y septiembre ha actuado junto a orquestas sinfónicas y filarmónicas de Honduras, El Salvador y Paraguay. Su última presentación en el exterior ocurrió dos semanas atrás.
Se dio en Seúl, Corea, para el Festival de Grandes Maestros (Festival Yeosu), junto a artistas de 50 países, de sitios tan distantes como Malasia, Ghana, Sri Lanka, Mongolia, entre otros.
Lo mejor, dice, fue que hizo amistad con artistas de todo el mundo. “Había músicos, pintores, escultores, bailarines, fotógrafos”. Eso sí, a los pocos días ya no quería comida coreana y corría por pizza.
Jorge Saade ha llevado su música a 37 países. Dice que es un hombre realizado. Tanto, que asegura que ‘si el día de hoy me muero, me voy contento’. Y cómo no… Su música, y especialmente su violín, terminaron por darle las llaves del mundo.