Existe gente a quien no le importa que sus aficiones invadan el espacio de su vida íntima; quien cede su privacidad para que la memoria no se diluya entre las carencias de apoyo y el desinterés institucional. Esa persona que en un rincón de su hogar resguarda un bien que no halla cabida ni cuidado en los amplios edificios públicos existes, es María Belén Moncayo, quien se volcó al audiovisual experimental y con él convive: en el armario de su dormitorio habita el archivo del videoarte ecuatoriano.
Su vinculación con el videoarte empezó en el 2003, tras años de visionar cine y empujada por el corto ‘Camal’, de Miguel Alvear. La investigación fue el siguiente paso; cuando reparó en que no había estudios para ese campo en el país: había entonces una responsabilidad social. Ya para el 2004 el archivo empezó a armarse con el acercamiento hacia los artistas, con la recopilación del material, con entrevistas y el levantamiento de datos; una información que hasta ahora suma a 240 artistas y alrededor de 600 piezas, las cuales datan desde 1929. Es uno de los archivos más completos de la región.
¿Qué sucede para que el archivo del audiovisual experimental ecuatoriano se muestre en lo que parecería la escena de un crimen: un cuerpo, en más de 600 piezas, que yace en el armario de un apartamento en el área comercial de Quito?
[[OBJECT]]
Acaso que sobre el videoarte pesa el prejuicio de arte menor, o quizá por un velo de invisibilidad ante las políticas públicas. Para Moncayo pasa que el arte contemporáneo en este país tiene un conjunto de hacedores, artistas, curadores, críticos e historiadores que hacen un trabajo carente de un sentido de gremio y comunidad; y así–dice, más con dolor y tristeza, que como un reclamo– no hay cuerpo que resista el maltrato imperativo de algunas instituciones.
“Es un medio tibio no por falta de talento, hay artistas buenos y sólidos, una academia con excelentes teóricos, pero si no hay un diálogo con las audiencias y la comunidad, no pasa nada”, suelta Moncayo, mientras camina hacia su habitación.
Allí, tras las puertas del clóset, junto a sus ropas, reposan libros y cajas de DVD, catálogos de muestras, cuadernos de investigación, material gráfico e impreso. Todo en un orden que se contrapone a la confusión que Moncayo describe para la situación del audiovisual experimental en el país.
Pero esa situación no ha condicionado el desmayo. Así, mientras el material compilado habita en un área de 2 x 1 m, se ha conseguido que muestre su cara al mundo a través de dos ventanas. Una: www.aanmecuador.com, sitio que posee un archivo de 130 videoartistas ecuatorianos y alrededor de 300 piezas. Dos: El libro ‘Ecuador. 100 artistas del audiovisual experimental’, con el cual las sinopsis, fichas técnicas y una muestra de las producciones audiovisuales, además de la información de un centenar de creadores, están disponibles en sitios de consulta en los cinco continentes.
La Web -explica Moncayo- es un canal óptimo para la difusión del videoarte, pues permite la democratización y la universalización de los contenidos; pero también, los circuitos de exhibición itinerantes por diferentes puntos del país y del extranjero. Mientras que la publicación del libro resultó imprescindible para hacer resonancia del archivo y sus contenidos, para acercarlos al público en general.