Seis personajes rondan por la frontera colombo ecuatoriana, los une el desarraigo. Los seis conversaron con el periodista y sociólogo Alfredo Molano y él les dio, en las páginas de un libro, el territorio que la vida les negó.
Demetrio, Mariana, El Abeja, Nury, El Maromero y Rosita ‘La Peligro’ habitan en el interior de ‘Del otro lado’, una publicación del sello Aguilar que recoge sus testimonios, escritos sobre la base teórica y con la pluma cierta de su autor: un hombre de mirada cansina y voz baja, amable.
Su cabellera blanca sería un lunar en medio de la verde espesura de la selva, donde anduvo, charló y de donde se voló para que las vivencias terribles de sus interlocutores se hicieran palabra escrita y, quizás, el punto de un nuevo y esperanzador comienzo.
De esos sitios donde las masacres tiñen los ríos y la gente se abre trecho buscando vida en medio de guerrilla, ‘paracos’, militares, ‘coquita’, petróleo, palma y bala, el libro ofrece no un inventario de nombres, sino una geografía. Un mapa que resulta tan exuberante como los paisajes interiores de los personajes. Cada pueblo carga un nombre, una historia y un clima de sensaciones. Los relatos de Alfredo Molano trepan por esas regiones del Caquetá o del Putumayo, de Tumaco o Lago Agrio, de esa frontera donde una tercera nación de desplazados emerge.
En la frontera los orígenes nacionales (ecuatorianos y colombianos) son -dice Molano- artificiales y arbitrarios, pues frente a la lucha cotidiana por la supervivencia, frente a la exclusión política y a la persecución, hay una hermandad sincera. “Ahí en el límite, lo ‘otro’ tiende a disolverse”.
Sin embargo, hay un sentido de identidad que tiene que ver con las formas de afrontar los obstáculos, ese sentido se erige como un concierto de nación. En ese sentido, el libro es un intento para pensar las relaciones humanas entre colombianos y ecuatorianos, sin reparar en cuál de los dos es el otro lado; más allá de condiciones de vida e imposiciones del poder.
Desconfía de ese pensamiento común del colombiano como más avispado que el ecuatoriano. Es -replica- que el colombiano ha sido amaestrado por la violencia y la enfrenta a tal punto que es parte de su cultura; el ecuatoriano es -dice- un personaje no agresivo, que ve la violencia como algo hexógeno, que le invade, le golpea y que es tan noble como para recibir al colombiano. Así pasa con algunos de los personajes (no todos son blancas palomillas, pero ¡vaya que son reales!), que cargando sangres, pesares y ausencias se hacen de un huequito para vivir.
Molano prefirió entregarse al testimonio, evadió así formas y géneros más distantes y reivindicó la subjetividad y las emociones para mirar y para contar. Alfredo escribe lo que le cuentan y en el acto recrea el relato con el habla de los personajes, pero también con su propia carga subjetiva y emocional. En confidencia dice que las mujeres que le conocen saben y pueden subrayar párrafos enteros. Sonrisa de picardía.
Según se ve en los relatos, en esas extremas condiciones de frontera perviven el amor y el sexo. Por ejemplo, las historias de Nury o de Rosita ‘La Peligro’ están atravesadas de amores fuertes, como si la violencia sentara la oportunidad de un amor más intenso, por más pasajero. Para Molano se trata de un amor de vacíos y de un sexo entendido como salvación ante la realidad hostil. “El camino se da con el amor como escape y con el sexo como refugio”.
Amor y sexo, escape y refugio: las vías más cercanas cuando la necesidad se antepone al dios y al diablo, cuando el Estado, la Iglesia, cualquier institución solo complican más la vida en una frontera hostil. Molano suelta: “Toda parte estaría mejor sin Estado y sin Iglesia”, y echa a andar con una carcajada, que recuerda las maromas de los personajes de ‘Del otro lado’: al mal tiempo, buena cara, no hay más.