Empapados de las enseñanzas del teatrista francés Jacques Lecoq (19211999), transmitidas a través de quien fuera su discípulo Rodrigo Malbrán, el ecuatoriano Santiago Carcelén y la chilena Magdalena Soto llegan a Quito con un taller que abre, desde el lunes 25 de abril, distintas puertas y posibilidades de acercarse al hecho teatral.
Su propuesta se enfoca en la confección y en la actuación de máscaras. La idea explican es que el alumno pueda construir una máscara viva, que transmita emociones y sentimientos en el escenario. Y eso se consigue a través de la comunicación corporal, pues con la máscara quedan anulados rostro y palabra.
Las leyes del movimiento y las siete tensiones corporales, estudiadas y luego compartidas por Lecoq, marcan el camino a seguir. Si bien hay un trabajo de resistencia física, todos los tipos de cuerpo pueden engancharse a la metodología, no hace falta una agilidad extrema o un porte estupendo, acaso algo de plasticidad. A mayor diversidad de cuerpos, mayores lecturas puede ofrecer una máscara.
Santiago y Magdalena recuerdan que en la Escuela Internacional del Gesto y la Imagen La Mancha (Chile), donde aprendieron su oficio, había una chica con obesidad mórbida, que al colocarse la máscara se movía libre y liviana por el escenario. Es que la máscara dicen descubre, no hay una expresión facial o una voz que disimulen estados de ánimo’
La metodología Lecoq se hace de un aprendizaje empírico, donde el cuerpo va guiando el conocimiento; donde el error es la base de la situación y no motivo de castigo; donde no existe la cuarta pared, pues el público es parte activa del teatro; donde no se trata de interpretar sino de crear, no es solo actuar sino hacer y vivir teatro.
Hay confusión alrededor de Lecoq aclaran, muchos lo ligan únicamente al clown y no es así. El clown es una más de las experiencias estudiadas por él, además del melodrama, la tragedia, la acrobacia, la máscara, la comedia del arte… Una gama amplia de técnicas, justamente para que el estudiante halle su propio lenguaje. “Las bases de Lecoq están en el teatro popular, antes de que la burguesía lo encierre en una sala”, señala Carcelén.
Todo eso construye el programa del taller, que está destinado no solo a actores, sino a todo aquel (mayor de 17 años) que busque existir también en tablas. Los que no tienen experiencia previa son “más espontáneos, dejan volar más su imaginación, tienen menos miedo a probar”, considera Soto.
Las máscaras con las que trabajan Santiago y Magdalena son primitivas (cercanas al rostro humano) y larvarias (zoomorfas), hechas con moldes de arcilla, yeso y papel. Estas no conservan su carácter ritual, sino que fueron adaptadas, desde el Carnaval, por Jacques Lecoq para que representen situaciones cotidianas en el teatro. Su valor simbólico está en la misma situación.
Para usarlas y manejarlas en el escenario, el actor se apoya en la observación de la naturaleza, los movimientos de animales son la primera fuente de donde extrae la arquitectura de los personajes; claro, una máscara puede ser mil personajes. Además, cada máscara tiene un gesto, no son planas sino asimétricas y “llevan un poco del imaginario de su creador”.