No hace falta que a uno le guste o sea conocedor de la ópera para que el díptico de Giacomo Puccini que se presenta hasta hoy en el Teatro Sucre lo cautive por completo. ‘Suor Angelica’ y ‘Gianni Schicchi’ tienen todos los elementos de un espectáculo lírico de primer orden.
Con una puesta en escena excelente -sencilla y recursiva-, cuyo manejo de la luz es vital para situar al espectador ya en un apacible convento del siglo XVII, ya en una mansión florentina, ya en exteriores o interiores, ambas óperas convocar desde el inicio. El trabajo de la escenógrafa española Ana Garay y del ecuatoriano Marcelo Murillo, que tiene a cargo la iluminación, es soberbio.
Como también fue soberbia la interpretación que de Suor Angelica hizo la soprano estadounidense Amanda Squitieri en el estreno de ayer jueves (su actuación se repite mañana sábado a las 20:30; la ecuatoriana Vanessa Lamar también fue Suor Angelica el miércoles en el ensayo con público y lo será esta noche).
La presencia escénica de Squitieri fue de tal fuerza que su histrionismo y su voz poderosa llenaron, conmovieron y paralizaron al teatro entero. Como correspondía, la intérprete de la desdichada monja fue aplaudida de pie.
La actuación de la mezzosoprano ecuatoriana Andrea Cóndor, como Zia Principessa, fue igualmente sólida e imprimió el giro decisivo a la obra, pues tras su aparición el drama se desata y Squitiere se sumerge en la tragedia. Cóndor cumplió con maestría, sobre todo histriónica -su gesto es indescriptible-, el papel de la implacable tía de la monja, que no le perdona un devaneo amoroso.
De la conversación que mantienen tía y monja, cuando la primera le comunica la muerte de su hijo a Suor Angelica, nacen los momentos más emotivos de toda la noche; sobre todo porque la segunda ópera, ‘Gianni Schicchi’, se enmarca en la comedia y las interpretaciones se aligeran, no en la calidad sino en el tono, que es picaresco y no trágico ni místico.
Esta combinación de emociones -en ese orden: tragedia-comedia- es acertada para un público como el quiteño, que no está muy familiarizado con el género. Así este díptico le abre una puerta para acercarse al canto lírico de manera sencilla y entretenida; a esto también aporta la corta duración (1 hora cada una) de las piezas.
El barítono estadounidense Levi Hernández supo llevar la batuta escénica en la piel del pícaro Gianni Schicchi, y el elenco ecuatoriano que lo acompañó estuvo a la altura. Si bien, cabe anotar que la segunda obra no pudo igualar el ‘moméntum’ que logró la soprano en su tormentoso papel. Por el cual Suor Angelica/Amanda Squitieri merecerían ir al cielo…