El martes 14 de julio de 1789 dejó al mundo además de un indispensable legado humanista (resumido en un eslogan: Libertad, Igualdad, Fraternidad), cientos o quizá miles de páginas literarias que albergan personajes inolvidables; hoy recordamos a tres de ellos para saludar a ‘la France’.
No es casual que románticos y revolucionarios (las más de las veces eran exactamente lo mismo) compartieran época e hitos históricos. Nada como una revolución para fecundar las mentes dedicadas a la creación literaria. Pasado el acontecimiento: la toma de La Bastilla, el espíritu del momento rondó por décadas los círculos políticos e intelectuales.
Tomamos las obras de tres escritores: Stendhal, Víctor Hugo y Anatole France, para esbozar una suerte de retratros de los personajes de ficción que nacieron de la Revolución Francesa.
Solo por seguir un orden cronológico de aparición, apuntaremos primero a Julien Sorel, el plebeyo provinciano, el inconformista, el rebelde, el luchador incombustible contra su propia pobreza. El romántico contradictorio (unas veces creyendo en la República y en los derechos para todos; y otras tratando de salvar únicamente su propio pellejo y de ascender en la escala social ) que nació de la imaginación de Stendhal en su novela ‘Rojo y Negro’.
Sorel -híbrido de idealista y trepador- encaja en la novela psicológica que armó Stendhal. Invitado habitual de los salones aristócratas franceses, al mismo tiempo soñaba con Napoleón y la República. A través suyo, el lector se adentra en la tensión social que marcó Francia a finales del XVIII.
Para entender de dónde salieron la mayoría de aquellos que apoyaron la toma de La Bastilla, Jean Valjean, creado por Víctor Hugo en ‘Los Miserables’, bien puede ser el guía perfecto.
Mezcla de antihéroe y héroe, Valjean es también un romántico; uno muy golpeado por la vida. Un personaje que no ceja en su necesidad de construir otro mundo, con oportunidades para todos, en el que ya no haya cabida para absolutismos y arbitrariedades.
En otro punto, caminando entre las guillotinas, encontramos a Évariste Gamelin, el protagonista de ‘Los dioses tienen sed’, de Anatole France. Gamelin es un joven pintor parisino, además un jacobino rabioso, a quien el escritor checo Milan Kundera, en su ensayo ‘Lista negra o Divertimento en homenaje a Anatole France’, ha categorizado como quizá el “primer retrato literario del artista comprometido políticamente”.
Esto se puede ver en el bello cuadro de Orestes y Electra que Gamelin pinta. De hecho es su obra maestra; en ella Orestes es él mismo, quien al igual que el personaje griego es capaz de matar a su propia familia.
Gamelin es alguien perfectamente normal, un hombre común, hasta con buenas intenciones, que -como apunta Kundera- es, sin embargo, capaz de cometer las peores atrocidades. Ahí, radica su belleza como personaje: “en el misterio que encierra”, en la pregunta que nos lleva a hacernos: “¿Puede un hombre indiscutiblemente decente albergar un monstruo dentro suyo?”. Kundera también se pregunta, a partir de la potencia del personaje, ¿cuántos Gamelins están escondidos -todavía desactivados- a nuestro alrededor?; gente con la cual convivimos armoniosamente, hasta que algo: un interés o una creencia determinen lo contrario.
Tres libros, tres personajes listos para ser releídos o descubiertos.