Los profesores insisten en los métodos y las técnicas cuando participan en los cursos de profesionalización. Esta expectativa es comprensible, en la medida que los docentes requieren estrategias metodológicas que viabilicen la ejecución del currículo en las aulas.
Si bien la práctica docente es necesaria no debe olvidarse que ninguna acción educativa, pedagógica o didáctica puede sustentarse sin una base teórica, y sin una referencia directa a la realidad concreta donde se ejercita la docencia.
La realidad está dada por los escenarios, el contexto, el objeto de estudio o la situación problémica en la que se desenvuelven los sujetos; la teoría explica esa realidad, mediante la identificación de los conocimientos, las causas y los efectos de los fenómenos diagnosticados; y los métodos establecen los caminos o procedimientos para intervenir sobre la realidad para transformarla con fundamentos científicos.
Sin esta importante y oportuna articulación entre contexto-teorías-métodos, la tarea docente podría desembocar en un conjunto de actividades inconexas, o simplemente en ejercicios o prácticas alejadas de procesos articulados a las necesidades de aprendizaje de los estudiantes, y a los referentes curriculares establecidos en el proyecto educativo institucional. Este ensayo pretende contribuir a relacionar, de manera sistémica, estos elementos.
La Real Academia de la Lengua Española define la educación como “la acción y efecto de educar, crianza, enseñanza y doctrina que se da a los niños y a los jóvenes, instrucción por medio de la acción docente, cortesía, urbanidad”.
La educación corresponde al proceso de formación integral de las personas, que al principio era responsabilidad de los hogares, y luego fue delegada a instituciones encargadas, desde el punto de vista formal, a instruir a niños y jóvenes, de acuerdo con planes de estudios. Estas instituciones son las escuelas.
El acto de educar es tan antiguo como la humanidad, porque responde a la satisfacción de una necesidad social básica, tan importante como la procreación, la salud o la organización de la sociedad que se consolida a través del Estado.
La educación es un pilar del desarrollo humano, entendido como un paradigma que propugna la satisfacción de las necesidades básicas, para lograr la calidad de vida. Pero también la educación es un sistema social de notable incidencia, porque en ella descansa la formación del recurso humano, hoy conocido como talento humano o capital social. Como sistema la educación está relacionada con la economía, la política, la cultura, la psicología, la ecología, la sociología, la antropología, la comunicación y disciplinas conexas.
La educación, desde el punto de vista psicológico, es un mecanismo de transmisión/construcción de saberes y comportamientos humanos, ligados a procesos de aprendizaje intencionados. Por lo tanto, no puede concebirse la educación sin la ayuda de teorías psicológicas, métodos y didácticas de formación de seres humanos, de acuerdo con las etapas de desarrollo evolutivo y contextos determinados. Los contextos delimitan el campo de acción educativa. Uno de ellos –tal vez el más relevante- es la cultura. No hay fenómeno humano que no esté “atravesado” por la cultura, entendida como “el ser y el modo de los pueblos”.
La educación es parte de la cultura humana que se transmite, de generación en generación, no solo por medio de estructuras formales o curriculares en las escuelas, sino en manifestaciones que expresan rasgos de identidad y diversidad.
La transmisión aludida requiere del concurso de la comunicación. El acto educativo –se ha dicho con insistencia- es un acto comunicativo por excelencia, porque vincula a personas, las relaciona y construye sentidos o significados a través de los mensajes. No hay educación posible que prescinda de la comunicación como mecanismo de construcción de conocimientos, valores y creencias. Se podría decir, sin exageración, que sin comunicación no existiría educación.
La educación es una garantía constitucional, un deber del Estado y de toda la sociedad, y un derecho de todos los ciudadanos, sin excepción. Sería interesante que la educación no solo sea reconocida por la sociedad jurídicamente organizada -que es el Estado-, sino ubicada como como política de Estado y de todos los gobiernos de turno.
La pedagogía como ciencia
Proviene de “paidos”, “paideia” que significa “niño, infante, menor de edad”. Etimológicamente, la pedagogía es el tratado que estudia la formación de los niños y niñas.
Por mucho tiempo la pedagogía abarcó la formación integral de niños y niñas, y también de otros grupos humanos, como los adultos, sean hombres o mujeres. Trabajar en pedagogía significaba actuar como profesionales de la docencia en diversos escenarios y grupos etarios. En la actualidad, se insiste en la andragogía o la antropogogía para referirse a la formación de los adultos y los procesos de enseñanza-aprendizaje.
La pedagogía es una ciencia humana y social, y reúne cinco condiciones básicas: se fundamenta en conocimientos sistemáticos, es decir, en teorías que explican la realidad de los sujetos y sus necesidades de aprendizaje; se sustenta en métodos y estrategias metodológicas definidas, de acuerdo a tendencias teóricas o epistemológicas (las principales son el conductismo, el constructivismo y el eclecticismo); tiene como objeto de estudio el desarrollo de competencias, destrezas y habilidades cognitivas, actitudinales y procedimentales, de acuerdo desarrollo evolutivo de cada individuo; y la construcción de sistemas de enseñanza-aprendizaje, en función de la búsqueda de regularidades o características sustantivas que den rigor y pertinencia a los procesos educativo-formativos.
Como ciencia, la pedagogía requiere del concurso de otras ciencias: la filosofía, la psicología, la lingüística, la administración y la sociología, entre otras.
La didáctica, arte y ciencia
La didáctica es una ciencia aplicada de la pedagogía y se considera una rama del conjunto de las ciencias de la educación. Se le reconoce como una disciplina que se ocupa de la enseñanza. Se ha dicho que la didáctica es también el arte de enseñar; por lo tanto, se inspira en las teorías de la enseñanza.
La didáctica como ciencia y como arte ha evolucionado en el tiempo. Se distinguen cuatro momentos de la didáctica: magna, tecnicista, crítica y contemporánea.
La didáctica magna nace a principios del siglo XVII. Juan Amós Comenio escribió la “Didáctica Magna”, que fue un compendio de recomendaciones fundamentadas en una motivación social para identificar los métodos de enseñanza universales. Contuvo normas y prescripciones a modo de consejos, y no hubo preocupación por los fundamentos o principios. Este tipo de didáctica prevaleció por mucho tiempo, luego de lo cual apareció la denominada didáctica técnica.
Ya en el siglo XX aparecieron teorías más explícitas del fenómeno pedagógico, y con la influencia de la tecnología la didáctica tomó un enfoque tecnicista. La enseñanza entonces se alimenta de la psicología tecnicista. Se clasifican los objetivos de enseñanza, según los dominios de la conducta. Uno de los más altos exponentes de esta tendencia es Benjamín Bloom, que se considera un verdadero clásico.
Bloom diseñó tipos de objetivos o taxonomías: de conocimientos, de la afectividad y psicomotrices para el desarrollo de la conducta. Las consecuencias fueron importantes: influyó para que la enseñanza sea pautada, objetivizada, con un fuerte peso de la psicología conductista. Si bien hubo avances en esta materia, se perdió la visión del sujeto porque se optó por una relación o suma de conductas “objetivas” que se intentaba enseñar.
El tercer momento de la didáctica asume el modelo de la enseñanza-aprendizaje considerado como una unidad indisoluble. Es la didáctica crítica, que rescata el papel del profesor y del alumno, con el apoyo de otras disciplinas o teorías científicas: la sociología, la antropología, el psicoanálisis, la etnografía, el análisis institucional, la sistémica, la psicología genética, la psicosociología y la dinámica grupal. La didáctica crítica se enriquece con estos aportes epistemológicos y metodológicos, y tiene un desarrollo extraordinario en América Latina. Le interesa el cambio permanente, el proceso, las entradas, el producto o el resultado, dentro de parámetros de calidad.
Para unos este modelo es una didáctica sistémica, eficientista, descontextualizada y lineal, una ingeniería educativa de planificación rígida que el docente ejecuta en el aula. Pero en la didáctica crítica hay tendencias y matices. Significa un rompimiento con el paradigma tradicional, unidireccional y rígido, y con el conductismo que tiende a reproducir el sistema de valores y comportamientos dentro y fuera del aula.
La didáctica crítica intenta integrar los sistemas de calidad, la comunicación y la solución de problemas reales de la vida, partiendo de los sujetos, el alumno y el docente, antes que del enseñante exclusivamente. La didáctica crítica como sistema es contextualizado, ecológico y mediacional, donde el profesor es un facilitador del proceso de enseñanza-aprendizaje. La investigación cualitativa y la investigación-acción reemplazan progresivamente a lo experimental o empírico.
Por último, la didáctica contemporánea -y del futuro, según algunos- radica en la teoría de la complejidad, desarrollada por Edgar Morin. Este autor plantea que nuestro aprendizaje es fragmentado. Se pregunta: ¿Todo conocimiento implica necesariamente selección y exclusión? Y responde: el paradigma actual es la simplificación-fragmentación, visión que está instalada en el corazón de la cultura.
Dice Morin que “hemos aprendido a distinguir el sujeto-objeto, el ser-pensar, la reflexión-acción, alma-cuerpo, razón-sentimiento, amor-sexo… Esta super especialización pone “orden” en el universo, mediante una visión de disyunción: por lo alto, holismo (todo); por lo bajo, reduccionismo (partes). El estudio del hombre, siguiendo este paradigma de lo especializado, estaría fragmentado, en lo biológico, cultural, psicológico y espiritual”.
Morin plantea la teoría y método de la complejidad, en donde el sujeto y el objeto son inseparables; son elementos de la realidad. La realidad es multidimensional: microbio y macrobio. La teoría de la complejidad incorpora el desorden, el azar, la incertidumbre y el caos. Sus principios son: el principio dialógico (relación entre opuestos); la recursividad (estabilidad), y el principio hologramático (el todo es inseparable de las partes).
En el campo de la didáctica, la complejidad crece con la autonomía y la creatividad e incorpora la transdisciplinariedad. No rechaza el orden, pero declara que es insuficiente. La complejidad es un desafío permanente de la didáctica; no una receta ni un conjunto de respuestas. Es lo humano en busca de lo humano. Tampoco es un proceso de lo simple a lo complejo. Se expresa en la concertación, la tolerancia, la democracia, la discrepancia, la producción de ideas y hechos, y la construcción del conocimiento.
Coherencia lógica, epistemológica y metodológica
La educación como sistema social, la pedagogía como ciencia y la didáctica como ciencia y arte deben articularse y guardar coherencia lógica, epistemológica, metodológica y tecnológica.
Si no se existe una fundamentación teórica y metodológica, desde el punto de vista científico, la acción del docente puede correr un serio riesgo: convertirse en un conjunto de prácticas inconexas, esto es, en actividades interesantes, pero alejadas de procesos verdaderamente relevantes y de rostro humano.
El paradigma “practicista” contrasta con el paradigma “eficientista” que recalca exclusivamente en la calidad y los aprendizajes que son considerados como productos o servicios centrados en el estudiante, llamado en este caso cliente.
El paradigma socio crítico, de carácter contextual, integra la teoría con la práctica, pero en un contexto social determinado, en función de las necesidades de aprendizaje, la resolución de problemas, el desarrollo del pensamiento y la práctica de valores humanos, con un telón de fondo que es el desarrollo humano sostenible y sustentable.