Son como pequeños dioses que crean a su antojo universos de personajes y palabras. Son esos rostros que aparecen distantes o ensimismados en las solapas de sus libros. Son esas voces que pueblan nuestras mentes cuando nos invade un relato, cuando un poema nos abraza, cuando su escritura nos obsesiona. Son eso, pero en Quito fueron carne y hueso, de barbas y de anteojos, cuyas manos pudimos estrechar y cuyo ideario, cuestionar. Son escritores y Quito fue una ciudad de letras.
Tres días bajo el dintel de piedra del Centro Cultural Benjamín Carrión para ver cómo caminaban o se paraban, a quién buscaban para charlar, si se rascaban la pierna o se guardaban las manos en los bolsillos, conocer el tic o el diente chueco, la chaqueta planchada o el cabello alborotado. Me interesaba eso, pero al final, me jaló su palabra, que es letra y vivencia, que es libros y personalidad.
En el salón, bajo las miradas perpetradas por el óleo de Guayasamín de Benjamín Carrión, de Águeda Eguiguren, de Gabriela Mistral se desarrollaban los encuentros de talleres literarios, los conversatorios con los escritores invitados, las lecturas, las preguntas, los comentarios. Escaleras arriba, donde una biblioteca procura silencio, se abría las posibilidad de un diálogo directo con los autores; la oportunidad de conocer a Santiago Gamboa, de entrevistar a Fernando Iwasaki, de conversar con William Ospina, sobretodo con él que con Rómulo Gallegos o sin él es ‘el maestro’. La admiración, la curiosidad y el tiempo entraban en disputa e incidían en las charlas.
La conciencia de Latinoamérica los atraviesa, porque sienten su complejidad. Para Gamboa, Latinoamérica es el muro empapelado de propaganda política del pasado, la farmacia que vende aspirinas, dulces y licores, la esquina donde está varado un auto con las llantas desinfladas.
Ospina reflexiona desde un ideario que atraviesa su literatura, para proponer que “somos la fusión de todo, una cita que se dieron tres continentes en uno solo y eso no es bueno ni malo, ni pérdida ni ganancia, es una posibilidad, nos configura un carácter. A veces hay una especie de pasión identitaria que pretende que somos de aquí desde siempre y para siempre, y empezamos a quitarnos los ojos, los brazos, la lengua, el corazón; porque ya es imposible saber qué vino de afuera y qué no”.
[[OBJECT]]
Si ese desmembramiento se realizase, ¿dónde quedaría el cuerpo de Fernando Iwasaki? Como peruano residente en España, con bisabuelo italiano, con abuela guayaquileña y con apellido japonés, sabe que mientras uno va creciendo la identidad se va ensanchando. Dice que las banderas son relativas, que si la patria nombra la tierra de los padres, no hay sustantivo para la tierra de los hijos, que es un lugar más importante. Entonces cita una frase de un prólogo de Borges: “Redacto este prólogo en Ginebra, una de mis patrias”. De Borges todos hablan, y también todos hablan del ‘boom’, de García Márquez y Vargas Llosa, de Cortázar y Fuentes.
Son ellos, concluyo tras escuchar a Iwasaki, los que configuraron el concepto de Latinoamérica en la literatura universal, tanto para los renegados como para los seguidores. Y tocando los temas de las generaciones aparecen otros amores literarios, autores contemporáneos que se leen entre ellos y otros de otros hemisferios.
Tocando el tema de la escritura, de la labor de escribir, algunos se explayan en investigaciones, otros llegan a olfatear, escuchar y observar ciudades, hay quienes estudiaron literatura y otros que se arrepintieron de hacerlo. Todos buscan un tono en el ejercicio constante de la escritura, ya sea sentados ante un teclado, tomando anotaciones en libretas o poetizando en la cabeza.
Si en la escritura de Ospina está la imagen de la esencia devastadora de la conquista, y en la de Gamboa el autor abierto al mundo y al viaje; en Juano Villafañe hallo al escritor que marcado por su labor como gestor cultural, habla de la poesía en un contexto social, un escritor que acarrea las dictaduras y las desapariciones…
El argentino Javier Chiabrando llegó con un libro, ‘Querer escribir, poder escribir’, publicación que funciona como un taller literario, que propone un sistema, pero que advierte que siempre pende la cuestión de estudiar o no un modelo de escritura.
Y Latinoamérica y cómo enfrentarse a la hoja en blanco y los amores literarios de los escritores estuvieron también en los conversatorios de esta semana, donde autores nacionales lanzaban preguntas y comentarios. En el grupo de interlocutores hubo quienes propiciaron un diálogo dinámico, con chispazos de inteligencia y curiosidad, pero también quienes se dieron a cavilaciones presuntuosas.
César Carrión y Julio Pazos hablaron con Piedad Bonnett y parecía que no era la catedrática y poeta Premio Casa de América la que estaba allí, sino la chiquilla Bonnett que recordaba las furias de su padre o los menjurjes con los que su madre quería curarle una supuesta fealdad. Era Piedad, la mujer que se despertaba en la madrugada con una serie de palabras y la imperiosa necesidad de escribirlas.
Esto porque además del pensamiento de los escritores, ‘Quito ciudad de letras’ dejó conocer personalidades, adivinar actitudes y preferencias. Saber por ejemplo, que a Gamboa le gusta perderse y perdido andaba a la hora de una entrevista. No estaba en el hotel, tampoco en el centro cultural, pudo haber estado buscando la casa de algún escritor (una de sus apetencias al viajar) o buscando farmacias, pero solo por la tarde y por confesión de ella misma supe que la escritora quiteña Gabriela Alemán lo había secuestrado, para conversar, para compartir, para hacer lo que hacen los amigos.
Como amigos estuvieron todos los lectores y los escritores. Y algo que sorprendió en el mismo Centro Cultural Benjamín Carrión fue la llegada de nuevos públicos. Ya no era el poeta saludando al otro poeta, sino gente que llegaba por vez primera, que escuchó un nombre y busco hacerse de un sitio, un sitio para habitar ese Quito, ciudad de letras.