Es un hombre de provincia que se apoderó del mundo, se apoderó de Piero de la Francesca y de Masaccio; un hombre que estudió a Leonardo da Vinci y que, tras mirar las pinturas de las Cortes de Francia, puso a los Luises a pasear por Medellín. Es un hombre que en su mesa de noche tiene los diarios de Delacroix, los carnés de Ingres, y que vuelve a ellos a menudo porque Fernando Botero “no olvida nunca que hay 5 000 ó 6 000 años de arte antes que él”.
Una frase que garantiza el rigor de la pincelada del artista que esta semana inicia en México el festejo por sus 80 años.
Fernando Botero (Medellín, 19 de abril de 1932) es uno de los artistas vivos más conocidos en todo el mundo. Su estilo es inconfundible e identificable para especialistas y neófitos. Es el artista vivo mejor vendido de Latinoamérica: en el 2006 superó su récord con la pintura Los músicos, adquirida en USD 2,03 millones; en noviembre del 2011 rompió el tope para una escultura con la venta de Bailarines por USD 1,76 millones. Esas marcas son memorables como la que estableció en 1961, cuando a sus 29 años, el MoMA de Nueva York adquirió su pintura Mona Lisa a los 12 años.
Ochenta años de vida, más de seis décadas de ser pintor y cerca de 40 años como escultor. Hubo un tiempo en que Botero estudió para ser torero, pero rápidamente se decidió por la pintura. Sus primeros dibujos fueron publicados en el periódico El Colombiano, de Medellín, pero la temática de aquellos, obscena según la mirada de ciertas buenas conciencias antioqueñas, le costó la expulsión del colegio.
Este 2012 también se cumplen 61 años de su primera exposición: fue en Bogotá, en una galería del fotógrafo Leo Matiz. Luego se fue a Madrid: buscaba aprender de los clásicos; a mediados de los 50 llegó a México, donde perfiló el estilo de su obra, caracterizada por la riqueza del volumen y un diálogo con la historia del arte.