La escuela es el núcleo central del sistema educativo, porque constituye el espacio articulador de procesos de enseñanza y aprendizaje formales, focalizados en función de los grupos etarios, en el contexto de una comunidad integrada a estrategias de desarrollo humano (salud, educación y empleo), para el logro de la calidad de vida.
En este sentido, la escuela dejó de ser un edificio compuesto por aulas, gimnasios, bibliotecas, laboratorios, jardines y patios para convertirse en un subsistema o modelo ecológico-cultural y social que promueve saberes, nuevas lecturas de la realidad, forma ciudadanos y construye vínculos y redes de comunicación activas, de acuerdo a un objetivo central: la defensa de la vida, a través de una comunidad de aprendizajes -presenciales, semipresenciales y virtuales-, abierta al mundo del conocimiento, que forme valores y supere la escolaridad anclada a la normativa obligatoria y a la rigidez del currículo oficial.
Así concebida, la escuela es una estrategia de aprendizajes colaborativos que privilegia la salud integral -estudiantes, padres y docentes-, la seguridad humana -prevención de violencia intrafamiliar y social-,y la resiliencia -preparación para el abordaje de conflictos-, como factores de mejora real de la sociedad.
Salud y educación
UNESCO, UNICEF y la Organización Mundial de la Salud (OMS) plantean el proyecto de Escuelas Promotoras de la Salud, que incluye ocho normas mundiales para que las escuelas mejoren la salud y el bienestar de 1900 millones de niños y adolescentes en edad escolar.
Hay razones poderosas para aplicar esta iniciativa: “el cierre de numerosas escuelas en todo el mundo durante y después de la pandemia de COVID-19 ha causado graves alteraciones en la educación. Se calcula que 365 millones de alumnos de primaria se han quedado sin alimentación escolar y se ha observado un aumento significativo de las tasas de estrés, ansiedad y otros problemas de salud mental”.
“Las escuelas desempeñan una función vital en el bienestar de los estudiantes, las familias y sus comunidades, y el vínculo que existe entre la educación y la salud nunca antes ha quedado tan patente”, ha afirmado el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, Director General de la OMS.
“La educación y la salud son derechos humanos fundamentales e interdependientes para todos, radican en el núcleo de cualquier derecho humano, y son esenciales para el desarrollo socioeconómico”, expresa la Directora General de la UNESCO, Audrey Azouley.
“Las pruebas son claras. Los programas integrales de salud y nutrición en las escuelas tienen un impacto significativo entre los niños en edad escolar. Por ejemplo: Las intervenciones de salud y nutrición en las escuelas dirigidas a niñas y niños en zonas de ingreso bajo en las que los parásitos y la anemia son prevalentes pueden dar lugar a 2,5 años de escolarización adicional. Las intervenciones para la prevención del paludismo disminuyen del ausentismo del 62%.
Las comidas escolares nutritivas aumentan las tasas de escolarización en un promedio del 9%, y la asistencia en un 8%; también pueden reducir la anemia en las adolescentes hasta en un 20%. La promoción del lavado de manos reduce el ausentismo por enfermedades gastrointestinales y respiratorias entre un 21% y un 61% en los países de ingreso bajo. La gratuidad de las pruebas de detección y de las gafas ha permitido aumentar en un 5% la probabilidad de que los alumnos aprueben los exámenes normalizados de lectura y matemáticas.
La educación sexual integral fomenta la adopción de comportamientos más saludables, promueve la salud y los derechos sexuales y reproductivos, y mejora los resultados en materia de salud sexual y reproductiva, como la reducción de las tasas de infección por el VIH y de embarazos en la adolescencia.
La mejora de los servicios y suministros de agua y saneamiento en la escuela, así como de los conocimientos sobre higiene menstrual, capacitan a las niñas para mantener su higiene corporal y salud con dignidad, y pueden limitar el número de días lectivos perdidos durante la menstruación”.
¿Y la salud mental?
En esta lista de buenas intenciones que, en la práctica, habría que verificar el nivel o niveles de aplicación, la gran damnificada es la salud mental, asociada en algunos casos a deficiencias provocadas por la desnutrición -un problema estructural del Ecuador-.
Existen programas y proyectos que se desarrollan de manera reactiva, ante problemas focalizados, pero no se han diseñado políticas públicas articuladas, consistentes y permanentes entre la salud y la educación, de manera especial en el ámbito público.
Recordemos que los niños, niñas y adolescentes están expuestos a nuevos escenarios que se añaden a los tradicionales que deben ser observados -vacunas, alimentación nutritiva, salud bucal, visual y auditiva-, como son las adicciones provenientes de la televisión, la computación, los videojuegos y los celulares, y otros más complejos: el uso de drogas, licor, consumo de cigarrillos y relaciones sexuales prematuras, más el maltrato dentro de los hogares, que son fuentes de estrés, deserción escolar, evasión, soledad y probables suicidios.
Las causas de las enfermedades mentales deben ser tratadas por especialistas, con apoyo interdisciplinar, familiar y terapéutico. ¿Está el Ecuador trabajando de manera sistémica en salud mental?
Proyectos de seguridad escolar
“En el 2030 toda escuela será segura” es la propuesta global. “La Iniciativa Mundial para Escuelas Seguras (WISS por sus siglas en inglés) es una alianza internacional liderada por los Gobiernos que pretende conseguir el compromiso político y fomentar la ejecución de la seguridad escolar. Esta iniciativa motiva y apoya a que los Gobiernos desarrollen e implementen políticas, planes y programas nacionales de seguridad escolar basándose en los pilares técnicos propuestos en el Marco Integral de Seguridad Escolar”.
“La Iniciativa aporta coherencia y complementariedad entre los proyectos del mundo sobre la seguridad escolar, para garantizar un enfoque coordinado y apoyo para los Gobiernos en su ejecución de proyectos de seguridad escolar a nivel nacional y local”.
Resiliencia activa
La idea central es fortalecer -en el Marco Integral de Seguridad Escolar mencionado- la capacidad de preparación, mitigación, recuperación y respuesta del sector educativo y las comunidades mediante la educación para la reducción del riesgo de desastres, la gestión de desastres en las escuelas y los servicios de aprendizaje seguro, según la Agenda 2030 y el Riesgo Sistémico.
Las escuelas resilientes deben ser inclusivas; es decir, asegurar el foco de atención en los colectivos más vulnerables, en no dejar a ningún alumno o alumna atrás. Por eso, las escuelas resilientes deben ser abiertas, inclusivas y libres de todo tipo de barreras de acceso, permanencia y de seguimiento de los procesos educativos.
Esto implica que toda escuela debe ser promotora de la cultura de paz, mediante de actividades de sensibilización y concienciación que conviertan al alumnado, incluso a los más pequeños, en ciudadanía activa.
La conexión entre escuelas resilientes es fundamental. Las escuelas deben estar conectadas a su comunidad y al mundo. Aquí lo digital toma enorme relevancia con medidas enfocadas al alumnado más vulnerable. La conectividad es un derecho humano reconocido, que debe ser aplicado con eficiencia. No basta con la infraestructura digital para docentes y alumnado -tabletas, conexión y plataformas virtuales seguras y gratuitas-, sino formación continua de la comunidad educativa y adaptación de los contenidos a este nuevo formato.
Un sistema educativo resiliente debe tener una plataforma de escucha constante entre la administración educativa, las comunidades y las escuelas.
Los currículos y programas resilientes deben ser de calidad, mediante la construcción de conocimientos y el desarrollo de nuevas competencias en contenidos digitales. Pero también en procura de ambientes sanos y participación ciudadana, a través de los gobiernos locales.
Para ello, la formación docente deberá ser continua, y mantener intacta su motivación, y esto implica no dejarles inermes frente a las emergencias sanitarias. Y que las promesas no se queden en papeles, y se conviertan en políticas públicas, con contenidos científicos, presupuestados y propuestas innovadoras en el complejo mundo de la salud de niños y jóvenes.