El golpe en el platillo precedía a toda intervención, de relevancia, hablada o cantada, marcando así un ritmo puntual en el desarrollo de la representación de ‘Cisnes salvajes’. La pieza fue puesta en escena en la apertura del Festival Músicas del mundo que organiza la Fundación Teatro Nacional Sucre. Con ello, la legendaria Ópera de Pekín se llevó los aplausos.
Las sedas coloridas de los vestidos y las deslumbrantes joyas acompañadas por los movimientos de los actores, (ya acrobáticos, ya bellos y armoniosos, ya solemnes y futres) hacían sobre las tablas un espectáculo visual, que, alejado del mero efectismo, presentaba todo un lenguaje de símbolos. La ondulación de los brazos, el flameo de las anchas mangas, los pasos pequeños y los grandes saltos hallaban un significación en ese universo.
Y sobre eso, las voces que entraban en momentos precisos, con entonaciones que no solo parlamentaban sino que expresaban emociones y emulaban otros sonidos. Por ahí se escuchaba la clásica risa malévola, el ingenuo croar de una rana, la melacólica voz de una princesa y el valiente graznido del cisne.
Basado en el cuento del escritor danés Hans Christian Andersen, la ópera ‘Cisnes salvajes’ cuenta la historia de cuatro hermanos convertidos en cisnes por su envidiosa madrastra y cómo su hermana, la bella princesa Eliza, realiza esfuerzos y sacrificios por salvar a los príncipes. Así, se representan en escena celos y embrujos, afectos filiales y príncipes enamorados, engaños y reinvindicaciones, valores y vicios.
Pero, los personajes no solo se remitían a las exigencias del cuento sino que también manifestaban las personalidades que tiene los figurantes de la ópera china: el que tiene enorme fuerza de voluntad o el bufón.
Acaso lo más extraño haya sido el presenciar cómo un arte centenario de China adaptó en su lenguaje y en sus formas una historia de la cultura occidental, un tradicional cuento de hadas. Incluso en el desarrollo de la trama, elementos como el catolicismo fueron referenciados ya en la escenografía, ya en los roles representados: el del arzobispo, que no es sino la bruja transfigurada.
En esta obra también se jugó con mecanismos contemporáneos como evidenciar la representación; es decir, personajes que se reconocen como actores interpretando un papel.