Rayuela, un salto al juego de los libros

En un rincón de Rayuela.   Mónica Varea (Latacunga, 1958) comprende su vida rodeada de libros: lectora, librera y  autora.

En un rincón de Rayuela. Mónica Varea (Latacunga, 1958) comprende su vida rodeada de libros: lectora, librera y autora.

La calle Germán Alemán no es una cuesta complicada y con un poco de lluvia se borra cualquier indicio de fatiga. Además, al lado derecho de la vía, un rótulo de fondo verde y grafías blancas invita al juego y a la lectura: Rayuela.

Lanzamos la ficha buscando llegar al cielo a través de las palabras y echamos el salto. Mónica Varea nos recibe en su espacio: la librería que celebra su quinto aniversario con ofertas y libros abiertos.

Tras barajar bastantes nombres, sofisticados y terribles, Rayuela caló por su sonido y por las connotaciones: estaba la novela de Cortázar -“un referente para mi generación y un libro que nos marca como latinoamericanos”, dice Varea- y también estaba el juego, que es común para todos los niños del mundo: desde Arabia hasta el punto más mínimo del Ecuador, no hay quien no lo haya jugado.

Así, quedaban atrás propuestas como Babel o Alejandría, y en especial Servicios Libreros, nombre con el que Mónica empezó, hace 16 años, un negocio propio de venta bajo pedido. Eso fue cuando los libros ya se habían convertido en la vida de Varea.

Su contacto con ellos -relata la librera, jugando con su memoria- llegó a través de la biblioteca de su papá, Marco Varea Terán, y de una prontísima desesperación por aprender a leer. “Cogía el periódico, copiaba las letras y preguntaba por su significado”, dice y retoma el camino emprendido como lectora. Las anécdotas que cuenta atraviesan puentes provisionales, se cruzan con radionovelas prohibidas, recuerdan a presidentes interinos, lloran por revistas de cómic que desaparecieron en la hoguera de la censura paterna, se hacen de viajes entre Latacunga y Quito; pero, sobre todas, priman la experiencia de los libros y las historias contadas por su padre.

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Mónica también es autora, pero su camino fue de lectora a librera. A tal punto asumió el oficio que ahora se reconoce como “una librera que escribe”.

En 1988 empezó a trabajar con los libros. Fue pupila de Enrique Grosse, fundador de Librimundi, quien fue “un gran hombre con luz propia”. Hace poco heredó sus libros, y ella aceptó el gesto de afecto con gran felicidad, pero también con una enorme responsabilidad. Al salir de Librimundi, Mónica pasó por la librería Atenea, hasta que inició con Servicios Libreros, para luego -siguiendo las sugerencias de sus lectores (rehusa llamarlos clientes)- se asoció con su hermana Susana y apareció el sueño de Rayuela.

Es un negocio familiar. Mónica selecciona el material, decide sobre las promociones y las ventas; su sobrino, Jaime Izurieta, se encarga del espacio y su diseño; otro sobrino, José Alejandro Echeverría hace las comunicaciones; y su hermana trabaja con los números, pagos y cuentas.

Mónica se reconoce indisciplinada y así llega a ideas que a veces suenan descabelladas, pero que surgen del diálogo con los libros y el espacio. “Trabajo hasta las 19:00, pero a esa hora hay fantasmas, es la parte maravillosa; a esa hora los libros empiezan a rebelarse y me dicen que no quieren autoayuda o esoterismo. Sale el señor Foucault y me dice: ‘Si quieres venderme, que se vaya Paulo Coelho’, suelta entre risas.

En las selecciones y disposición pesan sus predilectos; así, Hermann Hesse siempre patea para su lado, Sándor Márai y James Joyce la llaman a gritos. Así también, comprende que la sección de literatura fantástica, con vampiros y todo, se asienta sobre Edgar Allan Poe o Ray Bradbury.

Desde el mostrador espía a quienes llegan a la librería, mira por dónde andan, ofrece su ayuda solo cuando la buscan; entonces suelta nombres y títulos, incluso, finales felices. Cada vez que un libro nuevo llega a Rayuela, lo desempaca con la misma emoción que florece ante el regalo de Navidad; solo que estas veces pondera el aroma del papel, sobre el olor del plástico del juguete nuevo.

Mónica, soñadora, no cierra puertas al crecimiento de Rayuela, pero cumple con su clara convicción: “no quiero una librería grande, sino una gran librería”.

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