Poco se ha hablado de la obra tardía de Rafael Sanzio (Urbino, 1483 – Roma, 1520). Pero los museos de El Prado y Louvre lo ponen en la escena nuevamente, para que empecemos a hablar de él.
El pintor renacentista falleció con apenas 37 años; su muerte prematura ha hecho que su carrera se divida en dos etapas: la de aprendizaje y la del estilo propio. La exposición ‘El último Rafael’–en el Museo del Prado, hasta el 16 de septiembre– se centra en los últimos siete años de su creación artística –entre 1513 y 1520– cuando vivía en Roma.
44 pinturas y 28 dibujos procedentes de 40 museos e instituciones forman parte de la exhibición. Muchos vienen del Louvre, entidad coorganizadora, que recibirá la muestra en octubre.
La selección identifica las obras realizadas por Rafael y aquellas ejecutadas con la participación de sus principales ayudantes Giulio Romano y Gianfrancesco Penni. Es conocido que Rafael formó el mayor taller de pintura de la época frente al incesante número de encargos que debía cumplir. La muestra aborda la pintura de caballete sin olvidar que fue un gran pintor de frescos.
En su época tardía pinta sobre todo cuadros sacros y de devoción. También profundiza en el retrato y lo hace por encargo de reyes, papas y aristócratas.
Rafael es catalogado como el pintor de la belleza, más bien de un ideal de belleza. Para los rostros de sus vírgenes no utiliza modelos reales, sino un concepto mental. Incluso llegó a decir “(…) ya que existen tan pocas mujeres bellas y tan pocos jueces buenos, yo hago uso de cierta idea que me viene a la mente. Si esta posee algún valor artístico, no lo sé; ya me esfuerzo bastante en tenerla”.
Son caras guiadas por una fórmula matemática, hechas con cuadrícula. “Es un esquema que recrea su ideal de belleza. En conjunto los elementos de su obra se basan en figuras suaves y sosegadas y armónicas”, dice Miguel Ángel Elvira, profesor de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, con quien hicimos una visita guiada a la muestra.
La disposición piramidal de los elementos es recurrente en sus cuadros. Este concepto rafaelesco dominó la pintura durante más de tres siglos. Hasta mediados del XIX en todas las academias de arte de Europa la belleza era Rafael y todos tenían que estudiarlo. Sin embargo, ese poder empezó a diluirse con la aparición de las corrientes vanguardistas. “Para un impresionista Rafael se convirtió en el enemigo. Los artistas empezaron a aburrirse, lo veían repetitivo. El objeto del arte ya no era la belleza”, señala Elvira.
Pero su legado está de regreso. “Es impresionante que una persona de 37 años haya dejado esa cantidad de dibujos. Creó centenares de composiciones tremendamente complicadas, que pasaron a ser grabadas y que muchos copiaron”, añade Elvira, antes de empezar el recorrido para hablar en detalle de las obras.
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