El cielo de Lisboa amaneció brillante y celeste, salpicado de algunas nubes blanquísimas que se fueron deshilando con el paso de las horas. A las 13:30, cuando el avión militar C-295 aterrizó en el aeropuerto de Figo Maduro de la capital portuguesa, el cielo estaba despejado como se ha visto poco en estas últimas semanas de primavera.
Ayer fue uno de esos días lisboetas como los que José Saramago describía en las partes más felices de sus novelas. Ayer, Lisboa fue la ciudad que sedujo a ese jovencito, nieto de campesinos sin tierras, que comenzó su vida profesional como cerrajero.Aquí, en Lisboa, nació el Saramago lector, que se enamoró de la literatura prestando libros de autores italianos, rusos, franceses y estadounidenses en la Biblioteca del Palacio Municipal y se hizo un hombre sensible trabajando en los hospitales. Lejos estaban los años en los cuales ocuparía el puesto de director del poderoso Diario de Noticias.
José Saramago se fue, pero en Lisboa la noticia no termina de sentirse como real. No basta que la librería Fnac haya colocado una estantería especial con toda la obra del único Nobel de lengua portuguesa, ni que en las vitrinas de las librerías del Chiado, como la Bertrand, brillen las portadas amarillas de sus novelas: ‘Memorial del convento’, ‘Caín’, ‘El viaje del elefante’, ‘El año de la muerte de Ricardo Reis’, entre otras.
La gente no se lo quiere creer. “No sabía que tenía leucemia, así que cuando lo supe, me sentí culpable. Es como saber que un pariente se ha muerto y no haber estado pendiente de él”, dijo Mario Silva, un lector, mientras revisaba los ejemplares destacados en la Fnac. Silva no compró ninguna obra en la librería, las tiene todas. Pero algo lo hizo dirigirse a esa especie de altar. Rui, uno de los vendedores de la Fnac, dice que desde el viernes, cuando se conoció la noticia de la muerte del Nobel 1998, se armó esa estantería pero que las ventas no se han disparado en las 20 horas que habían pasado hasta nuestra conversación.
Silva concluye que es absurdo no pensar en la posibilidad de la muerte de alguien de 87 años, y sentirse así, tan afectado, pero tras unos segundos remata: “Era inmortal. Es inmortal”.
Igual se sentía Clara Ferreira Alves, del diario Expreso, quien ayer publicó que “siempre lo vio lleno de proyectos, tareas, vida y memoria. Hace un tiempo, Pilar me dijo que los días eran muy duros y él estaba frágil”. Pero pensaba que también lo superaría, como otras veces. En Expreso, el director Henrique Monteiro, escribió en su columna que Saramago va para el cielo. Al Nobel la comparación no le habría caído simpática.
Saramago dejó Portugal en 1992, con el corazón lastimado por la censura. Un Subsecretario de Estado de Cultura retiró ‘El Evangelio según Jesucristo’ de la lista de obras candidatas al Premio Literario Europeo por “atacar principios que tenían que ver con el patrimonio religioso de los portugueses”.
El exilio español no fue completo, en los últimos años sus visitas a Portugal fueron constantes. La Iglesia Católica, que lo cubrió de críticas por ‘El Evangelio…’ y, el año pasado, por ‘Caín’, lo enalteció ya muerto. El Secretariado Nacional de Pastoral de Cultura divulgó el viernes un comunicado donde señalaba su “gran pesar por la muerte de José Saramago, gran creador de la lengua portuguesa y exponente de su cultura”. Además, resaltaron su interés por el cristianismo y el texto bíblico, sin dejar de lamentar que la aproximación no fuera desprendida de “inclinaciones ideológicas”.
El viernes, el avión militar se dirigió a Lanzarote, en las islas Canarias, enviado por el Gobierno portugués. En él viajaban Gabriela Canavilhas, la ministra de Cultura y la hija del Nobel, Violante Matos. El ataúd bajó cubierto por la bandera, verde y roja, acompañado de la viuda, la periodista y traductora española Pilar del Río, la empleada de la pareja, Pastora Camacho, y otros amigos, y fue recibido por el Canciller y los Ministros de Defensa y Administración Interna.
También estaban los ministros de Cultura de España, Angola y Guinea Bisau, estos dos últimos estaban en la ciudad para asistir a una cumbre de la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa.
Del aeropuerto, el cuerpo siguió al Palacio del Consejo de Lisboa. La capilla ardiente se mantendrá hasta las 12:00 de hoy (seis horas menos que en Ecuador). A esa hora, será trasladado al cementerio del Alto de São João, donde será cremado. Sus cenizas se quedan aquí.
Saramago murió escribiendo. Su editor, Zeferino Coelho, quien también recibió el cuerpo en Figo Maduro, dijo que había leído “20 ó 30 páginas” de la novela en la cual estaba trabajando. “Era una novela sobre la violencia de la guerra, de todas las guerras”. La decisión sobre qué ocurrirá con esas páginas está en manos de Pilar del Río, su esposa, la mujer que le hizo sentir “la cuarta dimensión del amor”, como declaró hace pocos años a El Mundo de Madrid. Lisboa ayer seguía con un cielo iluminado y cálido. La ciudad mostraba su belleza en la despedida del hombre que mejor la retrató’