Antonio Skármeta es el invitado especial a la Expolibro 2011, en Guayaquil. El escritor viene de ganar el premio Planeta – Casamérica por su última obra.
Usted formó a varias de las nuevas generaciones de escritores chilenos a través de sus talleres, ¿cómo se siente en ese rol?
¡No, Dios mío! Yo no formé a nadie. Organicé un taller para escritores menores de 30 años que se realizó en los 90, en el Goethe Institut de Santiago de Chile. Fueron seleccionados solo seis jóvenes y seis muchachas. Allí se discutió de literatura, se analizaron textos. Los jóvenes leyeron sus creaciones, las comentaron y las discutieron. Yo no hice nada más que coordinar las reuniones. Imagínese: Alberto Fuguet, Andrea Jetftanovic, Rafael Gumucio, María José Viera-Gallo, Rafael Gumucio, Francisco Mouat, Andrea Maturana….¡Mama mía!
¿Cuál sería su apreciación de lo que es ser un escritor joven en Latinoamérica?
Una muchacha o un muchacho que debe poner una y otra vez a prueba su vocación y pasión por la escritura. Enfrentados a sociedades poco sensibles al arte y editores reacios a arriesgarse con desconocidos. Son artistas que en general deben sostenerse en condiciones precarias, en trabajos de docencia o periodismo mal rentados, y que deben tener un gran tesón para no desmayar.
¿Considera que los autores chilenos siguen su estela? ¿Reproducen su estilo?
No, ninguno. Yo soy pulga de otro perro.
Luego del ‘boom’ latinoamericano, quedan pocas voces de esa época, ¿cómo ve el mundo literario actual latinoamericano?
Luego del ‘boom’ de los 60 se ha producido una larga etapa de consolidación de la literatura latinoamericana, ya fuertemente establecida en el imaginario universal. Los Premios Nobel a nuestros escritores no son un dato baladí. Además, muchos llamaron la atención hacia las letras de un continente fervorosamente imaginativo y permitieron que escritores más jóvenes entonces –y ahora– encontraran un terreno abonado. Entre los chilenos, por ejemplo, Luis Sepúlveda, Isabel Allende, Ariel Dorfman… y paro aquí para no incurrir en una lista más larga que tren de carga. Entre los ecuatorianos también hay algunos conocidos fuera del país: Aminta Buenaño, Leonardo Valencia, Abdón Ubidia… y seguro que en la prisa de esta entrevista se me olvidan nombres.
Dentro de las letras, ¿cómo se sitúa?, ¿un contemporáneo?, ¿un tradicionalista?
Para ser enormemente sincero mi máxima aspiración como escritor, el proyecto de toda mi vida, es hacer que desde nuestras espontáneas y mínimas vidas nos apropiemos de la belleza y profundidad de la literatura de todos los tiempos. Me apasiona el contraste y la fusión entre lo mínimo y lo grande, entre la superficie y la profundidad, entre el deslumbramiento místico y el conocimiento racional, entre el cartero y el poeta. En mi última novela ‘Los días del arcoíris’ hay, dentro de lenguaje cotidiano, una fuerte presencia en muchos niveles de Shakespeare y Aristóteles. Un autor del Siglo de Oro puede ser más contemporáneo que uno de nuestros días. La literatura no es un cosa de edades. Ninguna literatura supera a otra. ¡Conviven!
Su último libro ganó el Premio Planeta – Casamérica, en este retoma el tema de la dictadura… ¿Cómo entiende que un tema tan chileno tenga esta repercusión e interés en Latinoamérica?
Por lo siguiente: ‘ Los días del arcoíris’ expresa que la imaginación de los artistas, unida a las ansias del pueblo, puede producir cambios libertarios en las sociedades y hacer más profundas las democracias o jaquear a los tiranos. Los jóvenes están proponiendo agendas imaginativas y nobles a los políticos. Es una evidencia que complementa la ficción de mi novela.
Rompió esquemas con ‘El show de los libros’, mostrando que la televisión también puede ser amena e inteligente, ¿piensa retomar este tipo de proyectos?
Estoy ahora muy concentrado en la creación literaria. Por ahora prefiero que sea solo un buen recuerdo entre la gente que lo siguió con simpatía.
Su exilio, o mejor dicho su salida de Chile para vivir en Alemania, cambió el estilo que venía manejando en su obra. ¿Qué otros cambios le ocurrieron durante su estadía fuera de su país?
El exilio es muy desgarrador porque aparta al hombre de su medio histórico, de su paisaje, de su familia, de su pertenencia a un mundo sólido. El exilio obliga a reinventarse y a hacerlo entre dos imposibles: la nostalgia del país que se perdió y la utopía de que el país que se recuperará se parezca en algo al país en el cual se soñó. De allí que a veces el ‘desexilio’ sea una nueva especie de exilio. Viviendo en Berlín Occidental seguí escribiendo sobre Chile desde un temperatura latinoamericana: mestiza, irónica, bastarda, democrática. Pero busqué los caminos más expeditos para conectarme con la gran cultura anfitriona y su actualidad política. Nada me entusiasmó más que ver como los Verdes pasaron de ser un movimiento alternativo a influir hasta hoy en las instituciones alemanas.
Mucho se ha hablado de su relación de amistad con Pablo Neruda, especialmente por su novela, ¿cuál es el recuerdo más claro que tiene del poeta?
Alegremente caminando sobre la playa, contándonos chismes sobre poetas de todos los tiempos y jugando a cambiar los adjetivos de versos célebres para derrumbar su monumentalidad estatuaria disuelta en una sonrisa.
La política es otro tema presente en su obra y en su vida. ¿Cómo ve usted la política? ¿Qué piensa de ella?
Es importante y la democracia es talvez el mayor de los bienes que ha conseguido. De allí que para que la democracia sea verdadera hay que practicarla con decisión, profundizándola, haciéndola inclusiva, menos retórica, más fraternal y solidaria.
En el actual escenario político de Latinoamérica, ¿es factible soñar en sociedades más igualitarias?
Más igualitarias, talvez no. Pero en sociedades que procuren a sus ciudadanos igualdad de oportunidades, sí. Y esto comienza con la educación.
¿Cuáles de sus convicciones son las mismas de hace años, antes de la dictadura? ¿Cuáles cambiaron?
Básicamente son las mismas: lograr que gobierne una concertación de partidos de manera apasionadamente solidaria con los más pobres y vulnerables. Que respete la variedad de opiniones, que no reprima las disidencias, que se empeñe en conseguir una sociedad que vaya más allá de la estrecha visión dominante que quiere convertirnos en productores y consumidores: alternativa que, gracias a Dios, los jóvenes de hoy rechazan.