Plácido Domingo enamoró a Buenos Aires. Aún no había cantado, pero ya todos deliraban por él. Esta estrella mundial de la ópera, lejos de todo divismo, tendió su mano para interceder en un conflicto gremial de los músicos del Teatro Colón que amenazaba con suspender sus dos presentaciones esta semana en Buenos Aires (el otro, gratuito en el obelisco).
Domingo llegó a Buenos Aires el lunes pasado. Sabía ya de la huelga que desde octubre pasado está vigente por mejoras salariales. Además, los músicos enfrentan una demanda judicial que entabló el Director del Colón, Pablo García Gaffi, contra ocho integrantes de la orquesta de la institución, por aproximadamente USD 13 millones.
Inmediatamente, Domingo se reunió con los miembros del gremio. Se puso de su lado: “Quiero cantar. Estoy preparado para hacerlo y espero que sea posible. Pero si así no fuera, comprendo el reclamo de la orquesta y, definitivamente, lo apoyo”, dijo en una conferencia de prensa en la que comenzaba a demostrar aquella teoría de que los verdaderamente grandes no pierden la humildad.
“Siempre he dicho que la columna de esta maravillosa casa son los músicos y el coro. Mi sueño era cantar en el Colón, pero no pienso de manera egoísta: espero que se solucione porque no puede no comenzar la temporada de ópera si no se soluciona el conflicto. Lo más importante para la ciudad y para la nación es que se solucione este conflicto”, dijo cuando ya supo que no se presentaría en el Colón, pero sí en el obelisco, pero con el escenario de cara al Colón, como había pedido.
Se ganó el corazón de los músicos al haber apoyado su medida y ellos, en retribución, aceptaron hacer el concierto en el obelisco, mas no en el Colón. Y de lo que se les pagará para la función, todo irá para alguna institución pública, fue el compromiso de los trabajadores. “No sabe cuán agradecidos estamos con el maestro. Es un hombre que sabe lo que es el teatro, pero el orgullo de tener su apoyo es algo que no podemos expresar”, dijo Carlos Flores, miembro del coro estable.
Sin embargo, sus palabras habían ofendido a los funcionarios del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, de la que depende el Colón. “No puede ser que se reúna con los trabajadores y no habló con nosotros”, dijo García Gaffi.
En el entorno del tenor desmienten a García Gaffi, pues dicen que éste no respondió las varias llamadas que el tenor hizo.
Plácido Domingo había pedido venir a Buenos Aires. Hace 13 años que no cantaba en el Colón, en donde debutó hace 39. Por eso no estuvo presente en la función del martes en el Metropolitan Opera House de Nueva York.
Domingo aguardó pacientemente la asamblea de los músicos. Tal era su deseo de actuar en la capital argentina, que hasta rompió con una de sus costumbres: no ensayar la víspera de su presentación. “Casi ni hablar”, aclaró Pía Sebastiani, directora de la fundación Beethoven, organizadora del espectáculo. Pero ensayó el martes hasta la medianoche y no dudó en dar una conferencia de prensa informal durante el receso.
“Todo el mundo ha puesto lo mejor que ha podido para que esto llegue a feliz término. Lo único que quiero, les suplico que no puedo hablar mucho porque mañana tengo que cantar”, dijo. Sin embargo, no se negó a responder las preguntas que le hizo la prensa durante 20 minutos.
Los trabajadores lo recuerdan como uno de los seres más entrañables que ha pisado el escenario. Luis Otaso, uno de los 400 trabajadores escenográficos, contó a este diario que “una vez, de las cinco funciones que dio, regaló los ingresos de una para los trabajadores porque sabía que no estábamos bien económicamente”.
Una pertinaz lluvia obligó a posponer el concierto para el jueves. Más de 150 000 personas llegaron hasta el obelisco en un día sensible para los argentinos: se cumplieron 35 años del golpe militar. Durante tres horas la multitud deliró con su voz. El éxtasis se completó cuando tomó la batuta para dirigir la obertura de La Forza del Destino (Verdi).