Un grito desesperado de angustia se escuchó en la sala Alfonso Carrasco de la Casa de la Cultura de Cuenca. Era la voz de Carlos personificado por Armando Wazhima, quien se lamentaba porque su pene solo le servía para orinar.
Esto como parte de ‘El maniquí y la pena del pene’. Según Eddy Castro, director de la obra de teatro, en la sociedad es frecuente tratar los problemas sexuales que enfrenta una mujer; pero en contravía él buscó abordar la impotencia masculina.
La voz de desconsuelo de Carlos se volvió a escuchar cuando fue interrogado por Alicia (Lucía Torres), una mujer esbelta y delgada. Ella caminaba coquetamente y le cuestionaba por qué no regresaba a verle. Carlos, de unos 60 años, decía que hasta ha tomado viagra y que en las farmacias ya no le quieren vender. Eso causaba risa a Alicia, quien le preguntaba qué lencería utiliza su esposa y él respondía: “¿Qué es eso?”.
Alicia señaló que allí se iniciaban los problemas debido a la falta de creatividad e iniciativas de la pareja. En ese momento una luz tenue alumbró un maniquí donde se colocó ropa interior femenina. Este hombre adulto, de vientre abultado y de caminar pausado, también recordó ciertos gritos, insultos de y hacia su pareja. Al final Carlos agradeció los consejos dados para resolver su problema.
La presentación de ‘El maniquí y la pena del pene’ no concluyó con la función. Castro abrió un debate de críticas al trabajo realizado. César Zea, quien estuvo entre el público, dijo que la sexualidad es difícil de abordar y que el contenido de este trabajo muestra cómo un hombre vive la andropausia y sugirió que sería importante incorporar en la obra la presencia de la esposa, para que exista un diálogo de lo que les ocurre como pareja.
Otra observación la presentó Eudoro Falconí. Él recomendó una dosis más de humor al abordar el tema. Para el director de la obra, esta retroalimentación le servirá para pulir detalles en el trabajo, con el propósito que guste y eduque a los espectadores.