Ellos son cuatro. Tienen algo más de 20 años y eligieron como carrera universitaria la actuación. La decisión la tomaron en Guayaquil, en donde la ruta teatral tiene plantada en la mitad un abismo. Pese a tal desperfecto que ha borrado el camino, hay unos poquísimos necios idealistas que tratan de armar unos reductos teatrales en sus fragmentados bordes, en los que también estas cuatro personas comienzan a trabajar.Clara López, Gilby de la Paz, Aída Calderón y Jorge Velarde están en la última fase de su formación actoral, en el Instituto Tecnológico de Artes del Ecuador, ITAE. Durante los últimos años de sus vidas, les ha tocado lidiar con una serie de malestares; entre otros, que la institución en la que estudian no ha contado con el compromiso de las entidades que la han regido. Recién el año pasado, el Ministerio de Educación ha prometido generar las condiciones para su supervivencia, que se espera se sostengan.
Durante febrero último, estos jóvenes -que se han mantenido en los márgenes de la espectacularidad- ofrecieron al público local su trabajo escénico de graduación. En su pequeña temporada con ‘Final de partida’, del dramaturgo irlandés Samuel Beckett, y dirigida por el quiteño Roberto Sánchez, demostraron que pese haberse edificado en medio de la ‘falta’ y de la hostilidad artística guayaquileña, les ha sido posible desarrollar un proceso de búsqueda y de despertar.
La necesidad de generar otro camino posible no la manifiestan solo en el teatro. Fuera de escena se les nota también su interés por la gente, por los procesos que los atraviesan. Cada vez que coincido con ellos en algún espacio, disfruto de su potencial creativo que alimenta el diálogo con la vida. Eso resulta alentador.
Justo en este mes dedicado al teatro pienso en ellos y en ese poema de Bolaño, Los perros románticos, que dice: “En aquel tiempo yo tenía veinte años / y estaba loco (…) Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu / Una habitación de madera, / en penumbras, / en uno de los pulmones del trópico (…) Y la pesadilla me decía: crecerás. / Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto y olvidarás. / Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen. / Estoy aquí, dije, con los perros románticos y aquí me voy a quedar”’
La única diferencia en relación a los perros románticos que dibuja Bolaño es que estos artistas no han dejado de crecer en rigor y en ideales, pese a cualquier crimen. Ojalá no paren ni se acomoden.