Si tuviese que salvar una obra suya de una hoguera, ¿cuál sería?. “Depende de qué tan importante sea la fogata. Si me estoy muriendo de frío en un nevado, no salvaría ninguna”, responde ingeniosamente el guayaquileño, como construyendo uno de sus cuentos. Miguel Donoso, 80 años, marxista, padre de cuatro hijos, mal de Parkinson, director de talleres literarios, 29 libros publicados.
Brinca de un género a otro como un saltamontes intelectual. Ha escrito ensayos, novelas, cuentos, testimonios, críticas literarias, artículos periodísticos y hasta obras para títeres. Ahora nos trae sus memorias noveladas a las que tituló: ‘La tercera es la vencida: últimas palabras y el oscuro resplandor’. El libro es parte de una trilogía completada por ‘La Garganta del Diablo’ (2007) y ‘A río revuelto’ (2001).
Para la entrevista, a Donoso lo dejaron como a un alumno escolar en su primer día de clases: bañado, con el cabello echado hacia atrás, perfumado. Quien lo dejó fresco como una palmera fue su esposa, Isabel Huerta de Donoso, 17 años menor que el escritor. La conoció en 1987 en la Casa de la Cultura Núcleo Guayas. Donoso se halla en el mismo sillón de mimbre de su casa en el que atiende a todos los periodistas. “Tengo dificultad para movilizarme. Vivo sentado”, cuenta.
En su nuevo libro, transcribió una de las tantas entrevistas que le han hecho. ¿Le gusta dar entrevistas?. Y Donoso, activando pronto su clásico humor, responde: “Depende del entrevistador. La mejor entrevista que he dado me la hizo el abogado (¿y poeta?) Bonafont: él habló todo el tiempo, yo no dije ni pío. ¡Una maravilla!”.
A la sala de su casa, ubicada en Urdesa (norte de Guayaquil), no le quedan paredes: permanecen invisibles detrás de cuadros artísticamente sometidos. Están colocados en filas, como obedientes militares. “Fueron regalados por amigos pintores ”.
El premio Eugenio Espejo 2007 saca, de repente, su nueva obra, que contiene 187 páginas que van desde el artículo periodístico, la crítica literaria y memorias suyas. Lo mira como a un hijo.
“Pensé que no me iba a alcanzar la vida para escribir otro (libro). Pero lo terminé y ahora me doy cuenta que aún tengo fuerzas para más”. Lo dice con su voz tenue. En su libro, se refiere a sí mismo como ‘El Muerto’, ‘El Disecado’, ‘El Cadáver que habla’, ‘El Murichento’. Escribió sus memorias noveladas como quien redacta un testamento o un adiós prematuro. Sale muy poco de su casa. “No me gusta exhibir por las calles mis despojos mortuorios”.
En la mesa de su comedor reposa una canasta con varias medicinas para darle pelea al mal de Parkinson. Celinda, su empleada, le trae una pastilla blanca con un vaso que rebosa en agua. Donoso se introduce el medicamento como si fuese un caramelo. Da un sorbo al líquido y, sin que esa fuera su intención, humecta sus labios que estaban secos como un cactus.
Un ventilador de piso sopla su rostro. Alborota su selvática barba blanca. ¿Qué siente al enterarse que es el primer escritor ecuatoriano que el Ministerio Coordinador de Patrimonio publica dentro de la colección ‘Letras-memoria-patrimonio’ y que considera, como consta en la contratapa de su libro, “parte fundamental de nuestros patrimonios”?.
Responde que jamás se imaginó tremendo honor. Que se siente feliz, pero no satisfecho.
“Todas mis obras me han dejado insatisfecho”, comenta con desgano. Cuando habla, hace largas pausas. Eso, sumado a su mirada perdida, confunde a quien hable con él. Imposible saber si está procesando una nueva frase o esperando la próxima pregunta.
En 1962, Donoso se afilió al Partido Comunista. Dos años más tarde, estuvo preso por ser crítico de la Junta Militar instalada en el país en aquellos años. 12 meses después lo sacaron de la cárcel y fue obligado, por la misma dictadura, a exiliarse en México, donde permaneció hasta 1982. “Allá supe que lo mío no era la militancia política, sino la literatura”.
Impartió talleres. En su libro transcribe una carta que le envió el ahora reconocido escritor mexicano Juan Villoro, ex tallerista suyo: “Hace poco pude conocer a Álex Aguinaga (…) le hable de ti y se emocionó de que un compatriota suyo hubiera hecho en los talleres literarios lo mismo que él en las canchas”, relata Villoro.
Al comentarle sobre ese extracto de su libro, Donoso se queda en blanco. La grabadora registra los largos segundos de incómodo silencio. Finalmente recuerda: “Él tenía unos 14 ó 15 años cuando tomó el taller conmigo”. En Ecuador, desde su retorno, continúa dando talleres y escribiendo.
“En México hice amistades. Pero a esta edad la memoria me falla”, lamenta Donoso, mientras observa su pierna izquierda moverse de arriba a abajo sin que él la pueda controlar.