Después de más de 400 años de haber sido compuesta, la ‘Misa para el rey Felipe II’, del belga Phillipe Roggier, queda registrada en un disco, que desde hoy entra en circulación. Todo como parte de un proyecto y de un esfuerzo que aunó las voluntades de la Casa de la Música, su director musical, Gustavo Lovato, el organista Miguel Juárez, la Catedral de Quito, en la persona de monseñor Hugo Reinoso y la Embajada de España.
Si bien esta partitura ya fue interpretada (la ocasión más reciente el 12 de octubre pasado), su historia deja todavía vacíos y espacios para la conjetura. Ya en el 2001, tras cuatro siglos desaparecida, el investigador español Alejandro Massó halló la obra en la Catedral de Quito. Lovato y Juárez tuvieron acceso de primera mano a los documentos y pudieron fotografiarlos, estudiarlos, compararlos, adaptarlos levemente…
De la transcripción, que Massó hizo de la escritura antigua a la moderna, Lovato y Juárez alteraron un par de aspectos por cuestiones de época y estilo. Así, por ejemplo se volvió al compás de cuatro cuartos del original y no al de dos y medio, que proponía el español. Asimismo, en la partitura de Roggier, no se especifica ningún instrumento, lo que hizo suponer a los musicólogos ecuatorianos, que se escribió vocal solamente; sin embargo, ellos redujeron la cantidad de voces al pasar su sonido a un órgano. También aumentaron repeticiones en el primer y último movimiento mediante un trombón; las repeticiones corresponden a la melodía del ‘Cantus firmus’.
Según explica Lovato, la ‘Misa para el rey Felipe II’ mantiene un estilo renacentista, caracterizado por su polifonía (varias voces) y el contrapunto polifónico (contraposición de una voz a otra, una melodía acompañada de otra melodía a destiempo). Además señala, que el ‘Cantus firmus’ resultó polémico para la época, pues en él se canta : Phillippus Segundus Rex Hispanae (Felipe II Rey de España), cuando, al tratarse de una eucaristía, esta debe estar dedicada exclusivamente a Dios.
Y, además del carácter musical, Lovato destaca la importancia del hallazgo de estas partituras y de su interpretación y registro desde el punto de vista histórico. “El hecho de que copias de las partituras hayan sido enviadas a Quito, supone la existencia de una escuela quiteña de música”, conjetura el investigador. Así considera se puede entrar más en el pasado, conocer sobre compositores y la música que aquí se hacía antes de la llamada influencia europea con la creación de los conservatorios, en 1900.