Por momentos, el maestro Yoav Talmi parecía flotar mientras su batuta comandaba la Orquesta de Cámara de Israel, en el concierto de la noche del martes en Quito, en la Casa de la Música.
Reflexiones de Dachau, el otro nombre con el que se conoce a la Elegía para cuerdas, timbales y acordeón, cuya autoría corresponde al mismo Talmi, se dejó degustar en todos sus matices. Y el público casi palpó la locura de la tristeza y la locura de la maldad. Los músicos dejaron un momento la formalidad y convirtieron sus cuerpos en instrumentos con los cuales emitir sonido (sobre todo vocales).
El Concierto para piano y orquesta No. 2 en Si bemol mayor, opus 19, de Beethoven, contó con Alon Goldstein como solista, impecable y cautivador, que logró una interpretación de delicadeza casi etérea. La conversación piano-orquesta, que prometía el programa de mano en el segundo movimiento superó cualquier expectativa. Fue un diálogo intenso e ininterrumpido. Y el rondó molto allegro de cierre se convirtió en una especie de mano a mano.
Antes de los bis, que fueron cinco, incluido el solo de piano de Goldstein sobre un tema de Ginastera, la orquesta desplegó toda su fuerza musical en la Sinfonía N° 4 en La mayor, más conocida como Italiana, porque fue escrita durante la visita de Mendelssohn a Roma. Fue estrenada en 1833 y revisada en 1837. Inspirada en danzas romanas y napolitanas, la sinfonía es considerada como una de las obras sublimes del compositor. Talmi logró una sincronización instrumental perfecta para que la sinfonía sea despedida con una aclamación.