Con el ritmo trepidante al que el autor nos tiene acostumbrados, la lectura de ‘El prisionero del cielo’, del catalán Carlos Ruiz Zafón, avanza entretenida y rápidamente. Esta tercera parte de la saga de ‘El cementerio de los libros olvidados’ también se hace de un juego de intrigas, romance, humor y subtramas, en esa Barcelona misteriosa de mediados del siglo XX.
Aparecen en ‘El prisionero del cielo’, Daniel Sempere y su amigo Fermín Romero de Torres, unidos más que nunca por acontecimientos del pasado, hechos que se muestran a través de capítulos retrospectivos. Los otros personajes aparecen tangencialmente, como también lo hace ese mágico espacio, el osario bibliográfico.
En una de esas vueltas al pasado aparece David Martín, cuyo apodo titula a este libro y quien es además el autor ficticio de ‘El juego del ángel’ (la segunda parte de la saga). A pesar de que las novelas se presentan como independientes, la satisfacción del lector depende de su conocimiento de las partes anteriores: es un juego de literatura dentro de la literatura y de promoción del autor.
Sin embargo, esta tercera entrega es lo más flojo de lo que va de la saga. Algo comprensible, si se anota que ‘El prisionero del cielo’ es la secuela directa de esa potente primera parte, el ‘best seller’‘La sombra del viento’, y que, además, se ha construido como puente (con trampa incluida) hacia la cuarta y final novela de la serie.
En ‘El prisionero del cielo’ hay frases comunes y cotidianas que acercan la novela al lector masivo, pero también se pueden extraer frases reflexivas sobre esos años posteriores a la guerra civil española, a esa sociedad debatida entre los poderosos y los chulos, de entre los cuales Fermín se alza como el más encantador personaje. En la novela resultan claras las referencias a ‘El conde de Montecristo’ y a ‘Los miserables’. FPC