La conocí en una película. Tendría que decir que fue dentro de una película aunque yo estaba afuera, al otro lado del mundo. Suma veintiséis años, es pelirroja, tiene los ojos más azules que haya visto en mucho tiempo y usa ese tipo de ropa interior adolescente que evidentemente no lo es aunque esos sean sus propósitos. Le gustan las piscinas y el cine de terror. También le gusta cocinar –su meatloaf es increíble– y cada vez que llora la nariz se le pone roja como la de Rodolfo el reno. Se llama Ruby Sparks y es perfecta. Ese quizás sea su único defecto.
Ruby es un invento del joven escritor Calvin Weir-Fields, el protagonista de la película. Y Calvin, algo así como un niño-genio-sentimentalmente-autista, se la inventó para tener de quién enamorarse. Así como lo oyen. Creó un personaje a la medida para su nueva novela y de un día para el otro, sin más pistas que un sostén en el sofá y una rasuradora rosada en el baño, Ruby Sparks se materializó y se convirtió en su novia y comenzaron a ser felices de una manera insospechada. Entonces Calvin dejó de escribir porque dijo ya para qué… hasta que Ruby se le fue de las manos.
¿Es real?, se pregunta Calvin. ¿Está enamorada de mí? Las respuestas son no y por supuesto que no. Pero se besan y salen a bailar y hacen el amor y eso, aunque sea mentira, es mejor que la verdad. Por eso mismo Calvin vuelve a escribir, para retenerla a su lado, y en la voluntad de sus letras está el destino de un pequeño y colorido universo llamado Ruby Sparks, y está el agujero negro que se los traga a los dos. El amor metafísico, como todos los otros amores, tiene su punto muerto y se convierte en el tiburón que se hunde sin vida ni rastro de sangre.
Ruby Sparks es una mujer –¿una chica?, ¿casi una niña?– irresistible y una película encantadora y valiente. Una comedia romántica mezclada con traumas literarios, filmada con una estética medio hipster y no por eso de moda o sólo de moda. Ojalá fuese un documental y en cada pueblo hubiese una Ruby para cada Calvin. Aunque a juzgar por la escena final parecería que sí, que es verdad, que Ruby existe.
Juan Fernando Andrade es narrador y cronista. En el 2010 publicó ‘Hablas demasiado’.