Los sonidos que salían de un sintetizador eran la única compañía de los versos de los poetas. En el lobby del Centro Cultural Simón Bolívar (antiguo MAAC) las sillas plásticas acogían a una audiencia que atendía silenciosa. En su mayoría jóvenes, escuchaban las expresiones de los autores el viernes por la noche en el centro de Guayaquil.
“Yo mismo soy todas las babilonias de las que pretendo huir”, declamaba Wladimir Zambrano mientras se oían las notas graves del teclado electrónico de Paolo Freire, del grupo Los Brigantes.
En la primera fila o deambulando por la sala estaban los demás poetas guayaquileños: Carlos Luis Ortiz, Luis Carlos Mussó, Andrés Lalé, Renata Artieda y Dina Bellrham. Además, participaron los españoles Pablo García y Vanessa Cachafeiro.
La iniciativa del grupo artístico Los del Cerro, que cuenta con el apoyo del Ministerio de Cultura, busca crear espacios para compartir poesía. Al terminar de leer el último de sus poemas, Zambrano elevó la hoja de papel y la hizo pedazos. Tras la impresión, la audiencia reaccionó con aplausos.
Según el poeta, esto es una “respuesta filosófica”. Con su ritual, Zambrano intenta liberar las frases de sus poemas. “Cuando una persona cierra un libro es como si silenciara los versos, el poema es un sentir y no una impresión”.
Frente al casi centenar de asistentes, había una mesa de madera y una silla que servían de escenografía. Un micrófono ayudaba a que la voz del autor prevaleciera ante los efectos electrónicos. Freire cambiaba los tonos del sintetizador según los versos y la intensidad de la declamación.
Lalé fue el poeta que tuvo la iniciativa. Antes realizaron otro de la misma tendencia en la Universidad Católica de Guayaquil. Para él, la idea surgió porque “la poesía es desconocida por muchos y los lugares para ella son casi nulos”.
Del mismo modo piensa Ortiz. “En la ciudad se hacen esfuerzos interesantes; pero faltan más espacios para la poesía”. Los versos de los jóvenes continuaban y el sintetizador se callaba por momentos, esperando una palabra que invitara a aplastar una tecla.
La música le daba un toque de originalidad a la lectura. Ortiz contó que esperan captar la atención de las audiencias con la fusión de versos y sonidos electrónicos. “Este no es el típico recital aburrido, la música es un complemento. Nuestra intención es crear nuevas reacciones en el público”. Cuando un poeta se paraba de la silla del escenario, casi inmediatamente otro ocupaba el lugar. No había un presentador ni los nombres de los artistas en cartelitos. Todo era muy rápido y el sintetizador marcaba el ritmo.