Azul místico, azul de magia, azul de universo, de mar, de cielo… Azul Román. El color crece en casi todos los cuadros de ‘Nelson Román, el arte perpetuo’, la muestra retrospectiva que reúne 150 piezas del pintor latacungueño en la sala Joaquín Pinto, de la Casa de la Cultura.
En otros se impone el rojo. Un rojo sangre que envuelve a personajes míticos, a máscaras, a la imaginería de Jacho, a los danzantes, a las fiestas populares, a esas visiones que fueron guardándose en un Román aún niño. un Román que se iniciaba en las artes, en el taller y al amparo de su padre. “Son años ya”, dice, mientras camina en la amplia sala, donde se juntan los lienzos y se oyen susurros, indicaciones, martillazos y la voz del maestro.
Su palabra repasa la memoria. Los recuerdos se trasponen: Pujilí, Quito, la Escuela de Bellas Artes, ‘Los cuatro mosqueteros’ (grupo de creación conformado por Román, Washington Iza, José Unda y Ramiro Jácome), con ellos el manifiesto ‘La Ruptura del Yo Individualista’, el Anti Salón de Guayaquil, el hito en la plástica nacional. Después, el Premio de París, el intercambio con los maestros mundiales: los franceses de ‘Support-Surface’, Gérard Xuriguera… el mundo.
Desde México, Washington Iza también abre la puerta de la memoria y deja escapar esos años finales de los 60, de camaradería en el grupo Aguarrás, precedente de los mosqueteros. Recuerda a un Román sensible y con matices de liderazgo.
Entonces era el expresionismo abstracto que confluía en la neofiguración y Román manifestaba su personalidad en lo ancestral, en lo étnico social, en el realismo mágico, en dar significado al mestizaje. Luego sería el feísmo para ironizar sobre una sociedad dependiente. Los mosqueteros compartían un espacio en La Ronda y vertían experimentos -desde la charla y la reflexión- al lienzo, a la figura. Era “una forma muy honesta, hasta romántica, de obedecer al hambre de hacer pintura”, dice Iza.
Ahora, José Unda ve una obra cuajada, madura, una propuesta clara. El lenguaje de Román -dice- está en la búsqueda del ser latinoamericano, de su cultura desde los símbolos. “Eso era la vivencia, el factor común que nos movía a los cuatro… pero él tiene su propio qué decir artístico”.
Por inquietudes personales se diluye la sociedad y arranca la exploración en solitario. Las lecturas, la historia, la arqueología, la antropología acompañaron al artista. Román trabaja por temáticas, así se permite el estudio y el desarrollo de cada cuadro.
Crecieron entonces sus cuadros y sus series, las formas prehispánicas , reinterpretadas desde su mitología personal. Son Los amantes de Sumpa en el abrazo que desafía al tiempo; es la sensualidad revisitada desde la iconografía de la cultura chorrera. Es también el iconoclasta que dialoga con Caspicara, “el genio”, y que trata la violencia terrorista con el trazo del dibujo.
Es ese aire de leyenda que sueltan sus lienzos; su técnica mixta de acrílico, óleo, collage. Es la geometría, entendida como la “estructura de todo el universo”.
De los colores emerge su fauna. El pez hombre, que habla de la evolución; la serpiente y el jaguar, preocupaciones por el símbolo ancestral; y el caballo que es el recuerdo emocional: Una parálisis temporal aquejó a Román a los 11 años, entonces su padre le obsequió un caballito de barro. Esta artesanía acompañaba sus noches sobre una mesita y se quedaría como una marca que luego mutó en la exploración fantástica del artista.
Así, experiencia personal, visiones y reflexiones construyen la percepción de Román. Una percepción que el ejercicio no deja que se cierre, que siempre habla y sueña, que está observando, lo que los otros, pobremente, vemos. Esa mirada crece cuando sale de la “selva contaminante de la ciudad”, para entrar en su taller de Mindo. Así trata de volver -creyente del eterno retorno- al paraíso; como lo hiciera Gauguin en la Polinesia.
Desde hace cinco años tiende hacia un arte que llama ‘naturalismo integral’. Entonces sus obras son hojas, bichos, una rana, hongos en papel, con manchas naturales y pequeños dibujos suyos. Es la naturaleza, “ patrimonio a defender con la sangre”, en matamorfosis eterna.
Sí, son años ya, casi 50, los que tiene su camino. Pero para Román, el tiempo es una limitante racionalista, para él “el tiempo no existe, porque la muerte no existe, solo hay cambio”. Su obra es vasta y diversa; como él, está en movimiento, vive…