Los textos navideños más bellos que he leído son de Jean-Paul Sartre y Truman Capote. El primero: filósofo existencialista francés, que consideraba a la libertad una cadena opresora y sostenía que el infierno es el prójimo. El segundo: escritor y periodista estadounidense conocido por su obra anfibia ‘A sangre fría’ y por su vida disoluta hasta la autodestrucción.
La obra de teatro de Sartre es ‘Barioná, el hijo del trueno’, en la que cuenta una historia alrededor del nacimiento de Jesús en Belén. Es una obra sobre “la mitología del cristianismo”, que vio la luz mientras él era prisionero en un campo de concentración. Barioná es un recaudador de impuestos judío que inicialmente encarna el existencialismo sartreano: el mundo es una caída interminable y quiere fundar la religión de la nada. Se entera de la venida del Mesías y decide dar muerte a ese recién nacido para demostrar a su pueblo que no hay tal. Sin embargo, se cruzan en su camino el rey Baltasar, un ángel y la mirada de José a su esposa. Esta obra es una hermosa y de profunda reflexión sobre el sentido del sufrimiento, la esperanza cristiana y el ‘abajamiento’ de Dios para encarnarse en una criatura pobre e ignorante: “¿Un Dios que se rebaja a nacer, a vivir nueve meses como una fresa de sangre?”.
El cuento de Capote se titula ‘Un recuerdo navideño’. Relata cómo un niño de 7 años y una pariente-amiga suya de más de 60, que han vivido juntos siempre, preparan su Navidad. Es una pareja de alegría rodeada por familiares tan navideñamente apáticos. Cada año es un ritual que se vino preparando con meses de anticipación. Se inicia con la cocina de Tartas de Frutas para regalar a gente no necesariamente cercana con la que se han encaprichado. La liturgia sigue con ir a cortar el pino, decorarlo “hasta que arda”, hacer los regalos para sus familiares e ir a volar cometas. Es una historia de ternura y amistad en la que sentimos que ese ser-para-otro es lo que nos mantiene cuerdos. Ambos se toman dos centímetros del whisky que sobró de las tartas y terminan saltando y desbordando una alegría que no cabe en la inocencia. Ella baila alrededor de la estufa: “Muéstrame el camino de vuelta a casa…”.